Un movimiento rápido y todo terminó. Miró agitado por la persecusión y solo entonces se dió cuenta. Cuando comenzó por quitar los velos negros que la cubrían, de a poco fue desenvolviendo la cabeza inerte que a sus pies yacía. Hasta que por fin quedó libre toda su envoltura. Sólo quedaba una sombra negra, sin rostro, que gemía mientras iba desapareciendo. No entendía.
Un poco más atrás lo comprendió, cuando comenzó a quitarle la túnica al cuerpo que estaba a unos metros de distancia, separado de su cabeza -o lo que fuera-, bajo la última capa estaba: La guadaña. Un fierro curvo y oxidado, testigo de centurias completas en silencio.
No fué necesaria una explicación, cuando la sombra terminó de desvanecerse bajo las sucias túnicas que lo cubrían se percató de lo que hasta ése momento le estaba siendo desenmascarado...Era la muerte. Curiosa -y paradójicamente- la habian matado. Asesinándola como cualquier mercenario por los caminos tenebrosos entre pueblo y pueblo.
Entonces, como un hálito de hielo, su expresión se desdibujó, y el horror fue cubriéndolo lentamente, con la tranquilidad del espanto.
Cuando llegó al pueblo, pasada la medianoche y con la luna llena, se acostó sobresaltado, intranquilo y con el terror consumiéndole lo que en él quedaba de espíritu, ahora paulatinamente inerte.
Amaneció en el mismo estado, sólo que más consumido que la noche anterior. Los ojos vidriosos, la respiración mínima, temblando y en delirios de horror y sufrimiento inimaginables a cualquier ser vivo...
Así fue, pasaron los meses, y el asesino, postrado en la cama, siempre temblando, siempre en ensueños infernales, rogando la muerte y la paz de una vez por todas.
Lo curioso comenzó al tiempo después. el pueblo se dió cuenta que en dos meses nadie habia muerto, de ninguna forma y bajo ninguna circunstancia.
El problema surgió cuando todos aquellos que, en su estado de agonía extrema, terribles heridas que no explicaban la presencia de la vida en algunos seres, ésta seguía ahí, arrebatando a la inexistencia lo que le pertenecía.
Poco a poco todos comprendieron. Cuando ya al año un tercio de los habitantes del pueblo era una masa inmortal pero agónica, siempre delirante, ciega y semi-muerta.
En los remotos divagues de aquél hombre estaba la imagen imborrable, el momento en que atraviesa el cuello de la sombra y esta cae degollada. Las llamas lo queman de dolor pero el cuerpo no se destruye, no desaparece, no se descompone.
Mientras, los vivos se mantienen en estados mentales desastrosos. Esquizofrenia, locura, desequilibrio, duda. No comprenden porqué los que estan muertos -supuestamente- no dejan de existir.
Luego, un día inesperado, el día en que el último habitante de aquél pueblo muere -clínicamente-, producto de una terrible peste, sucede.
En un arranque de liberación determinante, todos los cuerpos postrados, enterrados, supuestamente muertos, en su eterna vigilia de horror y sufriemiento gritan. Se abren las carnes putrefactas, siempre vivas, y brotan millones de gusanos que han corroido los huesos de los hombres, poco a poco, minuto a minuto quemándoles el espíritu con el dolor del infierno.
Está completa, la venganza está terminada. Sonríe la sombra recompuesta solamente al finalizar su desquite, y las carcajadas del infierno que taladran las mentes se pierden en el eco de la roca del submundo. Así concluye su tarea. Triunfante, adominable, lenta y de un terror más allá de lo humanamente soportable. Volverá a correr libre por la tierra castigando con la aquerosa herramienta, destino de los que existen, la guadaña.
En el pueblo, finalmente, yacen difuminados por todo lugar hombres, lo que queda de ellos, asesinos de la muerte, tras el tiempo de saldar la enorme deuda que habian contraido. Una masa de incorregible, de detestable podredumbre que aun y para siempre, sufre.
El Coronel. |