Ana contaba con 22 años de vida y 4 de inteligencia, me lo decían los afiches en su cuarto. Era alta como su ego y tenia un cuerpo delicioso a la vista. Ana solía llamarle porque me recordaba a una actriz porno que me encantaba y por la cual me había masturbado desde que mi segunda cabeza tenía uso de razón. Lo de su edad era simple intuición. Su ventana estaba a 100 metros de la mía y era grande, tenía un tabique en la mitad y unas materas con enredaderas y florecitas rosadas. Estaba diseñada para observar una buena obra de teatro, estaba diseñada para mí.
Todas las noches esperaba impaciente en mi patio acompañado por los acordes de mi guitarra a que terminara la novela de las 10: Ana se bañaría justo después del tan anhelado final.
El tiempo en mi patio se arrastraba y mis ganas de Ana corrían como la luz.
- ¡Gato, ve a la tienda y tráeme unos cigarrillos! – gato me decían en mi calle al parecer por mi gusto por los felinos - rápido!
- ¡si Mama! – conteste con ganas de patear su imprudencia.
Solté la guitarra y salí de la casa cortando el viento como mantequilla. Al llegar a la esquina me encontré con Manuel, tenia entre sus dedos un improvisado cigarro de esos alegres que te contagian de felicidad.
- entonces que Gatico, todo bien? Quieres un plon? (un sorbo) es de la buena – dijo Manuel con ojos de sueño eterno.
Manuel era uno de esos tipos que tiene tanta plata como amigas. No hacia otra cosa sino volar y volar, y además le gustaba volar. Tenia un padre adinerado y una madre que trabajaba como subgerente en un banco reconocido de la ciudad. No le hacia falta sino inteligencia y ganas de estudio. Se sumergía en el cielo desde que se levantaba a las 2 de la tarde hasta que se levantaba a las 2 de la tarde.
- como estas Manuel?, la verdad ahora no, voy a estar ocupado y necesito estar en tierra. - le dije rápidamente.
Entre a la tienda y compre los cigarrillos con las ansias de un niño comprando dulces.
- bueno tu te lo pierdes. – dijo Manuel con voz perezosa y apretada.
Regrese a la casa tan rápido como pude y le entregue los cigarros a mi madre quien también veía la maldita novela de las 10.
- ya se acabo mama? – pregunte con animo amenazador.
- Si. Pero porque sudas tanto? Inquirió con un cigarrillo sin encender en la boca.
- Cuestión de instinto. Solo eso.- mi madre hizo un gesto como si yo estuviera loco, y prendió su cigarro.
Subí las escaleras corriendo, jamas las había sentido tan infinitas e imposibles, abrí la puerta de mi cuarto y la cerré con cuidado como si Ana estuviese durmiendo en mi cama. Deje mi habitación en tinieblas y me acerque a la ventana con sigilo, rodé la cortina hasta la mitad y me dedique a esperar. Ana entro a su habitación, cogió una toalla blanca del armario y salió del cuarto como si sospechara que yo no existía.
Como todas las noches desde que ella se había mudado enfrente, seguían siendo los 15 minutos más angustiantes y desesperantes de mi vida. Encendí un cigarro y me recosté en mi trono desde donde todas las lunas observaba el delicioso espectáculo de Ana. Coloque algo de Pink Floyd buscando sosegar el tiempo y tratar de acariciar el alma de los celestiales acordes de "Comfortably Numb" una de mis favoritas.
Imagine paraísos abstractos, surrealistas y artificiales donde Ana bailaba desnuda suspendida por cuerdas de caucho en el aire y yo era una flecha que la atravesaba hasta el fondo, hasta fundirme en ella y bañarme en su aroma a sexo, luego nos convertíamos en una mutación con ojos gigantes y hocico de caballo que se contorsionaba sobre si misma y se expandía como una flor hasta desintegrarse en pedazos como una gota de agua al caer al suelo.
Al cabo de no se cuanto tiempo mi sentido Anistico me despertó de súbito y mire a la ventana de enfrente, decidí no apagar la música para darle un toque de emoción al momento. Ana ingresaba a su habitación solemnemente con una toalla enrollada en la cabeza y otra en su cuerpo amarrada a la altura del pecho. Se sentó en su tocador. Era un viejo mueble que tenia aspecto de venir de generaciones antiguas y que había sido restaurado siempre, tenía pegadas miles de fotos con caras falsas de artistas homosexuales muy diversos en su espejo. Ana se lleno de valor y comenzó a sacarse algunas espinillas de su ultrajada cara que más bien parecía una pizza con todo. Solo observaba desde mi ventana con lujuria las expresiones que salían de su rostro, daba la impresión que un negro basquetbolista se la estuviera introduciendo.
Luego, cuando ya le había quitado un par de pedazos de jamón y de queso a su cara abrió la gaveta, saco un cepillo y comenzó a peinarse con agresividad de enfermera a punto de pensionarse. Ana tenia el cabello rizado como resortes de colchón viejo, una boca carnuda y algo grande, me recordaba a una hamaca que había en la finca de mi abuelo, sentía que me podía tragar de un besito. Sus ojos eran redondos, expresivos, muy agradables y negros como mis pensamientos.
Seguía embelesado observando aquel cuadro, estaba sumergido en Ana, me la imaginaba encima rogándome pasión, suplicándome con frases entrecortadas y voz húmeda, la soñaba posada en el altar de mis deseos escurriendo tinta mágica entre sus piernas y lanzando gemidos salvajes al aire.
Al terminar la difícil faena de peinarse, sentía que el ambiente se ponía tenso, el aire se impregno de presagios y mi corazón se aceleraba ferozmente, las ansias me consumían y comenze a sudar como si lloviera dentro de mi.
Ana se levanto de ese envidiable asiento del tocador y se coloco justo enfrente de mis ojos, creí ver que me señalaba con su mano derecha y de sus labios salía mi nombre. Soltó suavemente el nudo que sostenía la toalla blanca y esta se deslizo en el aire como una pluma subyugada por la voluntad del viento.
Ana camino desnuda hacia su tocador nuevamente y se inclino un poco para recoger un frasco de crema humectante corporal. Su trasero era tímido y puro. Se sentó en su cama y lo destapo con cuidado. Pude sentir el aroma que salía de aquel rosado frasco. Introdujo sus largos dedos dentro y los saco con una carga de crema blanca, la deslizo por sus brazos con suavidad y luego hizo el mismo proceso solo que esta vez se centro en sus piernas. Eran largas, tonificadas, color canela, me imaginada cabalgando por ese valle infinito. El espectáculo se hacia majestuoso y el cierre de mi pantalón pedía auxilio. Ana masajeaba suavemente sus piernas una a una hasta verlas brillar como un sol de medio día. La cintura de esta mujer era delicada, perfectamente estrecha, la podía agarrar con una sola mano y guardármela en el bolsillo, era limpia como la conciencia de un feto, su ombligo era alargado como la pupila de un gato y su abdomen delicadamente tonificado.
Había una característica en Ana que realmente era lo que me enloquecía por completo, me sacaba de quicios, me hacia llorar de emoción, me desterraba de este mundo falso y me enviaba a otra realidad. No se porque llegue a pensar que eso en ella había sido la razón por la cual yo había llegado a este mundo lleno de sufrimientos, de injusticias, de lascivia, de caos etc.
Mejorando lo antes descrito en ella pero sin menoscabo, Ana tenía dos buenísimas razones, virtudes, cualidades, fortalezas debajo de su cuello y muy encima de su cintura para desvanecerme en un segundo. Eran dos mundos en su máxima expresión. Ana tenía unos pechos mágicos, eran dos órbitas redondas bañadas por la perfección y eran una total fuente de inspiración para mí. Sus senos era lo que yo mas deseaba en esa tierra, quería nadar en ese océano, quería perderme en esas montañas hechas arte, escalarlas insaciablemente hasta la cumbre y posarme desnudo en la cima abrazando sus delicadamente esculpidos picos. Quería ser el bebe de ella, quería estar tatuado en sus senos y hacerle un homenaje a sus razones.
Por todo un lapso de momento me convertí en la crema blanca, deslice como un río por una cordillera infinita llena de pasión, de alegría, de lujuria. Era una mezcla de innumerables sensaciones eternas que me hicieron perder la noción del tiempo, del todo, de nada. No era yo, era un niño pervertido de 19 años nadando en placer, me imaginaba jugando a las escondidas solo, con mis dos mundos, eran míos solo míos, ni siquiera de Ana.
- Gato, traeme otros cigarrillos! |