Es una confrontación que para muchos es difícil explicarla en términos de coherencia, en términos de lo inteligente, del sentido común de todos. En algún otro terreno, yace la visión de aquello mismo, pero en otros parámetros, inconfundiblemente construido con diferente codificación. Para este caso, el esfuerzo inteligente por hacerlo entendible, pierde interés, perdiéndose en la vorágine de su propia fascinación, se inicia el juego lúdico.
Pero, ¿cómo explicar esa confrontación que perciben los sentidos desde el nivel más profundo, desde la percepción más temprana, desde el tuétano más oculto, desde la semilla más enclaustrada dentro en la dura nuez?
¿Cómo explicar en un lenguaje concreto? ¿Cómo dar a conocer ese impulso interno en una figuración visible? ¿Cómo canalizar con algo de fidelidad al mundo real, en la elección de un solo representante, sin caer en lo desajustado, en lo grotesco, en lo ridículo?
Antes bien, aprender sobre el cantar de las aves, ellas no deben fidelidad a nadie en su arte. No deben cumplir con absolutamente nadie en absolutamente ninguna empresa previa.
Valgan esbozos para plantear la imagen del mundo binario y confrontado. El mundo como una lucha, el mundo como una guerra encarnizada. Guerra encarnizada que a su vez tiene como primer orden la máscara de una aparente uniformización que conviene a todos. Reine la paz del Rey. Reine el orden del pequeño pueblo burgués.
Pero hay algo más allá de lo efímero de lo cotidiano. Algo más allá de la conciencia.
Es una confrontación de dos mundos. No es uno sólo.
Un mundo se dice, se anuncia, se declara asimismo, mientras el otro sin desdecir observa al otro con singular silencio.
El inicio de la lucha no se hace esperar más allá de la puesta del sol, justo en el momento en que la magia de la penumbra, es interrumpida con típica y torpe rudeza. Y cada día.
Mientras la ruptura de la cálida somnolencia proporcionada por el útero materno nos haría desear el aniquilamiento del padre.
Un padre es un bufón diurno, dominado por la idea de poseer, y poseer y poseer, por la idea de saciar y saciar, por ser inteligente, por darse a entender con la lógica. No precisamente utilizando su vocación retórica visual. El tiene otros métodos.
Una madre es una bruja nocturna, hipnotizada por rondar y rondar, por ser percibida, por dar a sentir. No precisamente por su retórica coherente. Ella tiene otros métodos.
Es una confrontación que excede las fluctuaciones hormonales.
Las dos fuerzas antagónicas, luchan eternamente. Y una de ellas se enorgullece con soberbia de haber engullido a la otra, sin miramiento alguno, sin remordimiento alguno. No hay sanción, no
Hay condena, hay simple apetito de soberbia y de saber. Y se desea más y más y más. Luego de saciado el hambre se ancla la espada y se mira hacia la extensa llanura donde pastaba el rebaño.
El vencedor de ningún modo se irá limpio a casa. Las profundas fisuras en su rostro dan testimonio de la gran batalla. Fisuras que dejan entrever a aquél jocoso por dentro. Las carcajadas maléficas de su interior en llamas burlan y festejan frente a la cabeza del derrotado.
El mundo supérfluo, coherentemente articulado, de alta significación para la lengua de sus pobladores. Eficiente, diurno y patriarcal. Sólo admite luchas entre congéneres. No más soberbios por favor: la casa se reserva el derecho de admisión.
“Entre congéneres nos entendemos”. No más luchas medievales. No se aceptan mitologías de brujas, no se aceptan cuentos de duendes, ni de barrócos, ni de eruditos: la casa se reserva el derecho de admisión. Sólo supérfluos, sólo inteligentes y cuerdos, en fino smoking, con entalle a ultramoda. Súbanse al arca que se zarpa al instante. Mantenerse en vigilia por favor.
El río fluye hacia la misma dirección. Y sobre el, el arca repleta. Repleta de placeres, de buen gusto, repleta de finos modales y del buen arte notable y palpable. Un código común establece ideales iguales para todos los reclutas.
El mundo de los superfluos se apodera del otro. El jocoso será ahora el decapitado, su mundo, pues, no es este, sino uno más lejano aún que el de las noches embrujadas de encanto uterino. Uno más allá que ni siquiera detrás de las fisuras se logra encontrar.
Un mundo indeterminado solamente matizado con su propio color, con su propio juego de combinaciones cromáticas, de libre expresión de formas, de rica esencia. Sólo hay fluctuaciones, impresiones de color, priman los tonos pastel.
Un mundo que ríe y goza. Canta con soberbia como las aves. Trasciende en silencio hacia la puesta del sol por la tarde. |