Te veo en el vacío de mi vuelo atroz,
junto y debajo de las sombras.
Paso las horas en contemplo agobio molécular,
y para no perder el espacio mientras duermo,
escribo la bitácora de vuelo en la espalda de tu retrato.
Quiero sentir la mitad del corazón esparcido en escollos,
vibrar los labios sobre las manchas de tu cuerpo.
En lo que la piel se desmenuza completamente de los colores
y los olores huyen traumadamente de nuestra fiebre,
vibraré las gotas de tu sangre en las sabanas del cuarto.
Regresar torpemente a casa para limpiar el refrigerador,
caminar con el frío de la distancia en los bolsillos,
y tapar los recuerdos con el polvo de las tantas frases.
Pasar debajo de la mirada del medio día,
disfrutando los mareos que llegan con el hambre de tu nombre.
Acumular en el riñón unas cuantas piedras
y bajo el colchón las piezas de rompecabezas,
para después armarme en la mente una muerte delicada
que me aleje del helado orgullo de desearte.
Con el calor del cuerpo disperso por toda la cama,
se antoja un difuminado vuelo rústico,
en el que se puedan saborear los movimientos
de esta trémula cesión nocturna, llena de mordidas kilométricas,
y de vómitos lagrimales latiendo en cada espasmo de frío.
Lleno de un sudor fantasmagoricamente enajenando,
detono las luces del alba con la ausencia de tus huesos,
estrujo las notas y almohada contra el pecho
antes de que salgas marchando de este nudo de sueños.
Incrustado simplemente hasta el cuello,
con medio cuerpo en el olvido y el resto perdido en tu mirada.
Entumido por la fiebre y con la lengua llena de agujeros,
me dejo enterrar tan lejos como puede de tus anhelos,
reposando, el rompecabezas juega de nuevo a resucitarme.
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