¿Qué tienes ahí?,
¡una muñeca! ¿te gusta?
Mucho, es muy bonita, ¿cómo se llama?
SILENCIO INFANTIL
No tiene nombre... me dice poco después, una voz inocente con tristeza.
¿no llamas a tu muñeca de ninguna forma?
¡Muñeca! me responde con ingenuidad, como recordando...
Ya, pero a todas las cosas que nos gustan mucho siempre se les pone un nombre más cercano, más familiar, algo con que poder reconocerlas... no sé, dije tratando de buscar ejemplos... mira tus hermanitos, los dos tienen un nombre, tú tienes un nombre también, yo tengo un nombre..., todo tiene su nombre porqué no la llamas ¡como tú!?, terminé diciendole a modo de sugerencia.
De repente oí que una voz infantil que repetía con ilusión... ¡Como tú!, se llama ¡Cómo tú!
Ah, dije sonriendo la graciosa mueca que puso al decir esas palabras, ¡qué bien!, se llama ¡como yo!, bromeé y entonces cogiendo la muñeca le dí un beso en la frente y le dije, encantada de conocerte, seremos buenas amigas, luego le dije a la pequeña, ven, vamos a cantarle una nana para ver si se duerme...
Pasaron varios días y un buen día me encontré con su madre. Ven a casa a comer hoy y así ves a la pequeña ¿te apetece?
Claro, contesté yo, hace tiempo que no la veo, ya tengo ganas.
Al llegar a casa la niña corrió a recibirme con una enorme sonrisa, ¡hola!, me dijo con su dulce voz, ven, ven, quiero enseñarte algo. Y dicho esto, sin esperar mi respuesta, me llevó a su cuarto y sacó de un arcón con muchos juguetes un espejo, ¡mira!, dijo poniéndolo delante de mi cara. Yo me quedé mirando un pequeño espejo de plástico color rosa con unas flores de colores muy llamativos impresos en su mango. Qué bonito es, un espejo precioso, le dije demostrando mi satisfación por habérmelo enseñado...
¿sabes cómo se llama? me dijo ella con inocencia.
Me quedé sorprendida por tal pregunta, en realidad no sabía qué contestar, un espejo es un espejo, ponerle nombre a los objetos... bueno, en realidad nunca me había parado a pensar porqué se le ponen nombres a unas cosas y a otras no.
Eh, pues, bueno, es que... acerté a decir dudando, dimelo tú, ¿cómo se llama?, terminé diciendo.
Ella tomó el espejo en sus manitas y acercándolo a mi cara, haciéndo que se viera el reflejo de mi rostro en su pequeña superficie me dijo muy confiada. ¡Como tú!
Yo me quedé mirando el espejo sin saber qué decir, algo por dentro me emocionó con tal espontaneidad e inocencia, ¿cómo decirle a una niña que un espejo no tiene más nombre que el que tiene? ¿cómo decirle que aquello que se veía realmente no era "cómo yo"? ¿cómo explicarle que "¡Como tú!" no es un nombre?
Qué lindo nombre le has puesto logré decir siguiendo ese juego de palabras.
Entonces ví que la niña me miraba complacida pero percibí que trataba de ver algún gesto en mi, esperaba con sus dulces ojos a ver algo más...
Yo comprendiendo qué era lo que quería ver, acerqué mis labios al espejo y dándole un pequeño beso añadí: encantada de conocerte, seremos buenos amigos.
La pequeña esbozó una sonrisa de complicidad, de esas que al verlas, te atrapan el alma y te rebosan en el corazón y luego me dijo con tranquilidad, ¡vamos a jugar!.
Hace unos poquitos días al volver a verla, le he llevado un regalo. Envuelto en papel dorado con estrellitas azules y un lazo azul muy grande se lo he entregado, ella nerviosa con sus manitas ha tratado de romper el papel, al ver qué no podía hacerlo bien me ha pedido que se lo abriera, al verlo se ha quedado con su carita iluminada por la sorpresa que era de su agrado. Le he regalado una flor, un girasol, de pétalos amarillos construidos con madera, en el centro un espejo adivinaba la función de tal objeto. Ella, emocionada, lo ha tomado con cariño y acercándoselo a la cara yo le he dicho en voy muy bajita: se llama ¡como tú!, repítelo ¿cómo se llama?. Sus ojos, se han hecho grandes, más bien enormes mirando su reflejo y acercando su carita a él sin dudarlo le ha dado un infantil y sonoro beso que de nuevo, ha llegado a mi alma al oir con delicada e infantil voz: ¡Teresa!.
Yo no he podido dejar de sonreir mientras juntas, nos hemos ido a jugar... |