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Sabiendo todo lo que tenia que saber, que era nada, salí de mi casa para nunca volver.
Llovía intensamente en la ciudad, el ambiente húmedo y gris entristecía al mas alegré
De los bufones del reino de la alegría.
El aire corrompido por los vehículos que circulaban sin sentido por las calles y avenidas de la urbe convertía el paraje en un desierto de asfalto inerte para el espíritu humano.
Me veía tan gris, tan gris en ese momento como todo lo que me rodeaba, gris, inerte, vagabundo, asqueado de todo lo que me comprimía el corazón.
Hacia dos años que descubrí aquellos ojos que abrieron una ventana nueva en mi vida, en mi imaginación, en el universo que creía mío y que me hicieron comprender que no pertenecía a nadie.
En ese momento se me paró el corazón, se detuvo el mundo y el silencio entro mis oídos en forma de una voz que se quedo en mí.
Su sonrisa, sus carcajadas hacían que todo se convirtiera en nada, que el más minúsculo átomo de mi cuerpo explosionara y se convirtiera en una reacción nuclear.
Jamás volví a ver ni a oír algo parecido en el transcurso de mi breve existencia.
Fue entonces cuando sentí que algo dentro de mi me estrangulaba, me ahogaba y me hacia repudiar lo hasta ese momento vivido, conocido.
Todo el cúmulo de sensaciones recibidas, me dio la suficiente fuerza para escapar, dejarlo todo e irme lejos, tan lejos, marchar sin fin.
Sentía como el niño que había en mi necesitará expandirse, salir del cuerpo vegetativo en el que me estaba recluyendo, apesadumbrado por una sociedad que no era la mía ni la de nadie que se para a pensar.
Atrás dejaba mi trabajo de esclavo esclavista, mi otro trabajo de psicólogo sin licencia y un saco lleno de temores y remordimientos en forma de piedras que convertían más pesado y solitario el camino.
Realmente descubrí que solo necesitaba mi cuerpo, mi alma y en mi corazón esos ojos, esa voz para vivir, para respirar, para amar lo amado.
Al salir por la puerta también dejé mis complejos y barreras impuestas por las apariencias, todo ello desapareció para dejar hueco al silencio de su voz.
Me encontré desnudo ante mundo, ante el dios creador que no era más que mis pasos.
Al andar empecé ha cambiar el mundo, cuando más avanzaba por mi camino creaba más felicidad, poco a poco el mundo dejaba de ser gris, tomaba tonos celestes, la luz y los colores resplandecian detrás de mi.
Por fin creé la felicidad que buscaba desesperado, por fin creé la felicidad que todos buscaban.

Texto agregado el 26-08-2005, y leído por 196 visitantes. (1 voto)


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