Paisajes
I
El paisaje se desfiguraba al cerrar los ojos, una sutil neblina impregnaba sus colores y las figuras se derretían con el fino aroma de la somnolencia. Yo acaecía en un sueño infinito, condenado a despertarme en el cataclismo de los pesares, cuando la respiración acompañase un llanto incontenible. Allí en medio del silencio se coronaban grandiosas las dolencias de aquellos días, en su rostro asistido por la eternidad del óleo. Una profundidad oscura hacia de fondo y yo miraba lejano desde el fondo del mar. Así era mi sueño de todas las noches, y mi despertar mas inhóspito e inoportuno, así los silencios de mi mar te invitaban a estar conmigo. En la eternidad perdida sobre el crepúsculo de mis noches un poema inadvertido se paseaba por las sombras, dibujadas al cantar de los dibujos; un chiringuito enorme consumido por la arena. Bajo las manchas que ha dejado el tiempo infinito, se esconden las puertas corroídas por el encanto y el alfeizar condenado por el espasmo que aún posa sobre la ventana. Pero sobre la puerta no existe mas que espacio, un silencio abrumador que se desliza incontenible sobre las bocas de los niños. Entre ellos te veo inmóvil en un salto que te acerca al cielo, tus cabellos al viento entumecido, dibujan en las nubes el silencio, allí donde el combustible derramado ha parido el fuego. Las imágenes que acarician mis ojos no pueden mas que serenar mis miedos, pero basta un mirar atento para entender el misterio: el fuego depredador que te arranca los dedos.
II
¿Cuantas noches se detienen un momento para esperar que pase un sueño?, ninguna, creo yo. A menos que hablemos de la misma noche que me esperaba en el lecho.
Las tres de la tarde y un sol desalentador derretía mi cerebro, gotas y gotas se derraman sobre las cejas, nacen en mis sienes y caen pesadas recorriendo cada intimidad del rostro, el camino era largo y difícil. El suelo atestado de pequeñas piedras que, incrustadas en los pies descalzos de la multitud peregrina, lo convertían en un mar de sangre, ahogaba la fe de las almas en pena. Caminábamos cabizbajos con la esperanza intensa de encontrar un milagro al final del camino, hijos desahuciados, madres muertas, anhelo de dinero, enfermos terminales, ánimos laborales, amores imposibles y mi ilusión desesperada por encontrar aquella noche sobre la cama una carta de despedida. Sobre mi espalda cargaba un peso, al lado derecho caían perdidos tus brazos, a la izquierda tus pies, también, descalzos. Mis hombros soportaban el peso de tu muerte, tu carta no estaría a la vuelta, tendrás que escribirla, sino te descompones antes.
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