No hizo mayor esfuerzo, pero se le cayó un dedo. Todo el día estuvo viéndose al espejo admirando lo buen mozo que se veía. Se arreglaba la camisa, se peinaba el cabello y se pasaba los dedos por las cejas. Cuando se produjo la primera perdida, estaba trabajando en el arreglo de un microchip. Al encontrar la forma de repararlo, no pudiendo contener su ego, se dijo: “es que yo si soy inteligentísimo”, se llevó el dedo a la cabeza, apretándolo contra la frente. Un imperceptible chasquido acompaño el quiebre y la caída. Se agachó y recogió el índice. Definitivamente amputado, pero sin una gota de sangre. Guardó la pequeña extremidad en el bolsillo.
Eran las horas de la tarde cuando encontró una tienda de ropa. Extrañamente, mientras se media una prenda, llenándolo de rabia y bochorno, el brazo derecho se desprendió de su sitio y calló al suelo -“Esto si es el colmo”-pensó. Todos en el almacén lo observaban extrañados y él estaba enrojecido por tantas miradas. “¿Quien podrá arreglar esta tonta situación?”- Se preguntó. Al llegar a casa, se le ocurrió la brillante idea de acudir a un medico que le recomendara alguna forma de volver a poner las piezas en su sitio. Llamó en varias ocasiones pero nadie contestó. Marcó el brazo y el dedo con sus iniciales, por si acaso los perdía. Encendió el televisor, pero no había nada para ver y si muchas cosas por resolver. Recorrió su alcoba preocupado por la reacción de sus amigos “cuando me vean, dirán: J. el Mocho”- Sonrió. En un estante, justo al lado de la ventana, estaba el trofeo que ganó en la escuela por agilidad mental, se llenó de orgullo: “Es que yo si fui inteligente desde niño”. Al lado encontró un manuscrito, era la historia de su familia relatada por sus bisabuelos, un lindo documento que recogía las hazañas de todos sus ancestros: “es que hasta mis abuelos fueron bien astutos”- asintió complacido. Se quedó observando el paisaje desde su ventana, sintió que el único brazo que le quedaba se desprendía bruscamente del hombro: “¡Hijueputa!”- exclamó, al tiempo que se inclinaba para recogerlo.
No recordó que ya no tenia brazos que extender ni manos con que recoger, mucho menos que la ventana era un peligro para su cabeza que resbaló del cuello y salió por la ventana ubicada en un quinto piso. “¡Yo si soy bruto!”- pensó.
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