Despertó, abrió los ojos y se le escapó una lágrima. Una espesa melancolía la embargó rápidamente. Sentada sobre la cama, no en un acto reflejo sino muy consciente, secó su mejilla derecha. Sintió una humedad tibia brotando de su ojo izquierdo, la cual se escapó en un salto desde la barbilla hasta el vientre. Un cosquilleo al caer de la lágrima le robó una sonrisa mientras con un fino movimiento, del dedo índice, borraba las huellas del camino recorrido por la segunda gota de ese fúnebre viernes. Acomodó su cabello recogiéndolo fuertemente desde las sienes hasta la nuca, amarrándolo con una moña púrpura que hacia las veces de su amuleto de la suerte. Recogió las piernas poniéndose en posición de flor de loto: las manos sobre las rodillas, las palmas boca arriba, el índice y el pulgar formando un túnel imaginario por el que pasaban todos sus pesares. Una vez cerro los ojos, dos enormes gotas se abultaron en el borde de las pestañas y cayeron pesadas sobre aquel rostro desconsolado que, desde hacia una semana, reflejaba las tristezas. Las secó con rabia y dolor. Desistió del ejercicio de meditación e inclinó su espalda hacia atrás ladeando un poco la columna hacia la derecha. Estiró las piernas hacia adelante, flexionándolas con cuidado hasta formar un ángulo de 90°, giró sobre la parte inferior de la columna hacia la izquierda, se sostuvo con las manos sobre la cama y se impulsó con suavidad hasta erguirse totalmente. Tocó con las plantas de los pies el frió caucho de las chanclas e introdujo los dedos por entre la división que separaba el artejo mayor de los demás dedos salientes. Levantó los brazos y se estiró hasta que las comisuras tronaron imperceptibles. Dos nuevas tristezas cayeron sobre sus muslos descubiertos.
Ya no se preocupaba por atrapar las lagrimas fugitivas, ellas aparecían inesperadamente y ahora lo hacían por montones. Se levantó de la cama y sintió una brisa fría que le congelaba la panza. Veía con dificultad la ventana abierta, las humedad en sus ojos dificultaba su visión. Caminó hacia la ventanita parpadeando varias veces, sin querer golpeo con el pie un frasco rojizo que rodó debajo de la cama. Llovían sobre su rostro un millar de tristezas. Cerró la ventana y recogió un suéter del perchero, introdujo la mano derecha por la abertura correspondiente, igualmente lo hizo con la otra, luego embutió su cabeza y desarrugó la prenda hasta que le llego justo debajo de la pelvis. Se acercó a la cocineta, prendió con esfuerzo uno de los fogones. De una palangana enorme tomó dos huevos blancos, los colocó sobre el mesón deteriorado. Levantó del suelo una olla deformada, luego de llenarla de agua hasta la mitad, la llevó hasta el fogón para introducir los huevos dentro de la misma.
Timbró el teléfono, un pequeño sobresalto acompaño dos nuevas gotas, el sonido demasiado agudo y un poco distorsionado del aparato que no sonaba nunca, hizo eco en todo el cuarto. El silencio total que reinaba en la habitación se vio interrumpido bruscamente por el ring.- ring. Juana sintió que los muros temblaban y que los vasos caían, se mordió los dedos arrancándose los pellejos de la piel arrugada por la humedad del llanto. Frunció el entrecejo contrayendo las cejas y tiritó incontenible mientras miraba aterrorizada el vociferante utensilio. Las lagrimas arribaron imparables y se empapó completa la camisa. No se movía, sus piernas delgadas juntaban las rodillas que se sacudían rápidamente, golpeándose al mismo ritmo de su incontrolable llorar. El ring-.ring sonó una y otra vez... ella no contestó.
Lentamente, salía del trauma. Separó las rodillas, se sacó los dedos de la boca, dejó de temblar mientras escurría la camisa en un balde plástico que se lleno de pesar. Apagó el fogón , retiró la olla, sacó los huevos con una pesada cuchara de hierro en la que cabían los dos. Los sirvió en un plato viejo, del que quitó, con un golpetazo de uña, una cucaracha enorme que herida de muerte salio rengueando por debajo de la puerta. Se disponía a comer, se sentó en una silla de madera que sustituía una de sus patas por un par de tarros de leche. Una sensación de desagrado le invadió el estomago, la mano derecha en la boca, la mano izquierda en la barriga. Por entre los dedos, se escapo un liquido amarillo. Con una inesperada rapidez estiró su mano izquierda para acercar el balde mas cercano, se inclinó sobre sus piernas y vomitó allí. Sin poder contenerlo, sufría de unos terribles espasmos, en los que se contraía su estomago, se cortaba la respiración y no expulsaba nada. Como no podía parar y se sentía casi al borde de un ahogo mortal, se hecho al piso de rodillas metiendo la cabeza casi dentro del bote. el agua seguía brotando copiosamente de sus ojos y se confundía con el vómito.
El ataque fue cediendo poco a poco. Ya no sentía los espasmos y respiraba profundamente tratando de recuperar la calma. Se dejó caer por completo al suelo, sintió el frió de las baldosas en la espalda y las gotas tibias en las orejas. Extendió los brazos, abrió las manos mostrando las palmas, formando una cruz. El charco de llanto que rodeaba su cabeza llegaba hasta salir del cuarto, repentinamente y con una gracia particular, Juana vio entrar por debajo de la puerta un papel en forma de barco y con una banderita blanca ondeándose a babor. El navío se acercó tambaleándose hasta golpear su cabello, lo recogió y lo desarmó, con maneras muy delicadas . Leyó la nota que terminaba con un conocido “besos... nos vemos mas tarde”. Juana sonrió tristemente, observó debajo de la cama el frasquito rojizo navegante en un mar de tristeza, mientras limpiaba con cariño las lagrimas que le brotaron de la barriguita. Levantó la mirada iluminada por unas pupilas más que dilatadas... un beneficio evidente de la Belladona.
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