Lo cierto era que se había mirado varias veces al espejo sin lograr entender por que se veía tan distinto. Era algo en su mirada, un brillo inesperado en las pupilas dilatadas, aquello en la sonrisa ahora mas blanca y menos espontánea, era una sutil extrañeza en su cabeza convertida en una comedia capilar, el espectáculo de un cuero sin mas que tres pelos. También había algo raro en los gestos, los sentía tan impropios, tan ajenos, trataba de simular los suyos sin lograr el acercamiento a la realidad que le era común, cotidiana. Poco a poco notó que no solo su apariencia estaba cambiando, también sus lugares, sus deseos, costumbres y placeres. El ambiente sombrío del lugar lo acongojaba enormemente. Las paredes corroídas por el tiempo y la sal, la madera destrozada por el comejen y el maltrato, los adornos desconocidos y las puertas sin abrir, lo llevaban al desespero por encontrar la explicación de un momento tan inoportuno. Buscando la lógica de la situación, decidió escudriñar en los libros que encontraba, pero para su sorpresa, ninguno contenía palabra alguna. Decepcionado y consternado por la incertidumbre desistió de su examen.
Asimilando la perdida inevitable, caminó distante a través de pasillos desconocidos y observó un movimiento inesperado en las cosas inanimadas, ellas se levantaban de sus puestos y, como si tuvieran vida, corrían por corredores y cuartos buscando una salida. En un intento desesperado por no dejar escapar los objetos envalentonados que huían disparados por las ventanas de la casa, se arrojó por un ventanal enorme por el que salían conversaciones enigmáticas y malignos diarios. Mientras caía, pensaba lógicamente en lo absurdo de los acontecimientos. Cómo era posible que no hubiese comprendido, antes de saltar, que si todo había cambiado muy seguramente su casa era ya un apartamento ubicado en lo mas alto de sus miedos. Tenia que serlo. Ahora caía al vació interminable de un abismo citadito; con el miedo diluido en las tripas y en la fuerza de la costumbre. De vez en cuando, se veía a si mismo por las ventanas. Estas eran imágenes fugases que se repetían en los cristales sin cortinas por ciclos (cada seis) de la niñez a la edad adulta. Siempre comenzaban acompañadas de una lagrima, pasaban por sonrisas picaras y terminaban en desgarradores llantos. Mientras seguía observando a través de los espejos nunca pensó en sostenerse de las cornisas que asomaban repentinas tras una ventana abierta. Desalentadoramente fue perdiendo el interés por lo que veía, ha decir verdad fue una agonía eterna y aburrida. Es por eso que la vida pasa en un segundo, frente a los ojos de los incautos admiradores de las osadías nocturnas de una parca perversa. Con inmensa emoción sentía cada instante mas cercano el burlesco final, convencido, por el repetir de la tortura, de evitar el engaño esta vez y para siempre. Continuó mirando, ya sin llorar y sin reírse y, en un ínfimo esfuerzo por conmoverse, simuló una pequeña vergüenza ante un ardid detestable, pero detestable ya no era lo mismo, que importaba lo que veía si en ese instante no era él, no eran sus manos, no era su mirada, no era su vida, talvez no era su muerte. Sintiéndose ajeno, decidió disfrutar una muerte forastera, recostó la cabeza en las palmas de las manos extendiendo los codos hacia fuera, dibujando dos orejas enormes que simulaban muy bien las suyas, sintió el golpe suave de una almohada y el confort de una cama, se levantó lentamente y sonrió desprevenido, ¡que sueño mas tonto! pensó, no se daba cuenta que ese pensamiento lo traicionaba a menudo.
En silencio puso los pies descalzos sobre el frío concreto y suspiró entristecido por tener que subir tantos pisos desde la cama hasta su muerte.
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