No ha entristecido su corazón el saber que ella era pobre, que sentía frío y, al parecer, que no tenía amigos. Ha desgarrado su corazón el pensar que pudiera ser su hija.
Fue una noche de amigos, cerveza y romance fugaz. De palabras joviales y de música estruendosa cuando había recorrido con desenfreno los lugares de fiesta y licor. Ya empalagado de luces y cigarrillos, decidió salir sin despedirse llevando en su cabeza el eco de las risas nocturnas y las nauseas que le anunciaban la consecuencia de su descontrol.
La noche estaba fría, pero recorría las calles vacías con el único fin de recostar su cabeza en un tibio almohadón.
Ya cansado de caminar, había llegado por fin a una plazuela donde, siendo tan tarde, había gente aún. Se acercó más al lugar, y sólo encontró personas tan ebrias como él.
Sintió hambre y compró algo de comer. Fue entonces que vio a la muchacha.
No parecía andrajosa, pero sin duda tan pobre como se imaginaba. Su rostro redondo y sonrojado le decía que era muy joven aún, casi una niña. Su pelo era corto, áspero y sucio. No estaba abrigada y aunque temblaba, procuraba disimularlo. Su vestido marrón, de encajes bordados y desgastados por el sol, no cubría ni siquiera sus frágiles pies.
Le invitó entonces su alimento, y ella aceptó.
Ella agradeció con palabras apagadas, y él sólo la miró.
Mientras temblaba, ella comía en pedazos su limosna, a mordiscos, sin prisa, sosteniendo el pan con sus lastimadas manos.
Había un jardín, tan seco como cielo, pero se sentaron allí.
Él la miró tratando de imaginar porqué una muchacha como ella estaba en ese lugar… pero no comprendió.
Las luces se iban apagando, los perros comían las migajas del suelo, el frío se sentía con mayor intensidad y dolían los pies.
Él debía continuar su camino, pero cómo irse y dejar a la pobre muchacha?
Vio sus ojos un instante y vio con claridad su amargura. No sabia su nombre, pero rogó que si tuviera una hija, nunca se viera expuesta a esa maldad… se sacó el abrigo y se lo regaló.
Qué lastimoso el mundo!, porque él no recordaba su nombre… sintió llorar, y mientras las luces se apagaban y los perros comían las migajas del suelo, la abandonó… otra vez.
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