Las fuerzas invasoras se ocultaban sigilosamente de la vista de los desprevenidos terrícolas, los observaban día y noche. Cuando velaban y cuando dormían, cuando vivían y cuando morían, analizaban cada uno de sus movimientos mientras preparaban sus fuerzas para atacar...por cada humano eran millones de invasores.

Nuestras habilidades son superiores a las de los primitivos bípedos que dominan el planeta- decían-. Ellos desafiaban la gravedad sin ayuda de aparatos, se desplazaban a gran velocidad y podían hacerse casi invisibles para el ojo humano...se sentían invencibles...vivían ebrios de soberbia.

Las estaciones pasaban lentas, la ansiedad se apoderaba de los ejércitos. La hora fijada estaba próxima: El verano era el tiempo propicio para el ataque. Y llegó el verano, miles de millones de criaturas aladas se lanzaron sobre los hombres en un ataque sorpresa mientras el mundo entero dormía, seguros de la indefensión de sus víctimas. Pero ocurrió lo que nadie se esperaba: los primitivos humanos se defendieron con valentía y repelieron el ataque con todas sus fuerzas, la guerra parecía ganada por los invasores hasta que los hombres descubrieron su arma secreta...humanos vestidos con trajes impenetrables por las armas de los invasores rociaron cada rincón con un extraño gas que sólo afectaba a los poderosos dípteros.

Los moscos, las moscas, los mosquitos y las moscotas caían por miles, inermes, sin poder defenderse. Las profecías de la gran mosca madre, origen divino de todos los dípteros, parecían cumplirse. Cuando ya los ejércitos estaban reducidos a la mitad los generales se convencieron de su derrota y ordenaron la retirada de sus tropas.

Hoy, esperan en el silencio de la oscuridad una nueva oportunidad para iniciar de nuevo la guerra de los mundos.