Ahora la soledad invade lentamente la casa; dentro, los muros recobran el dolor, junto al rostro de Elisa. Sus mejillas temblorosas, laten bajo el llanto, en una nube de sueños destruidos; y como una enfermedad que arrasa con las horas, su cuerpo, hoy ha perdido parte de la vida. Ya no hay palabras que curen el alma; ni aliento que ahogue tanta tristeza; en el patio, los sauces agitan una melena moribunda, acompañando su pesar. Sola; en una habitación desierta, la tarde se diluye vagamente, para esconderse entre las sombras; detrás, las fotos en pareja aguardan, como una suerte de presagio, sobre la pequeña mesa. Y el teléfono suena, para acentuar su infelicidad, en un grito de dolor; - Ya está, Fernando falleció – es la frase que termina, con la vigilia de esa espera -
Luego, el reconocimiento del cuerpo; ese olor a éter invadiendo al aire; el ir y venir de la gente en busca de una nueva vida... La noche cae en un manto de suspiros; mientras su cuerpo se desgarra con los pasos. Y su vida vuelve a existir en la mirada de los otros; entre las flores, que inundan la casa de pétalos muertos; los rostros, tratando de animar a su tristeza; o el féretro, oculto entre las palmas. Perdida en los abrazos con extraños, bajo una marea de cuerpos; solo la imagen de él, la haría volver a sonreír. A lo lejos, el sonido de una voz, se pierde en una tonada de gemidos: - “Solo partí unos instantes, para poder regresar luego...”
Ana Cecilia.
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