Ludmila lee su ticket y se apresta a la sesión de horas en el espejo. Los delgados labios rojos muy rojos, ese era su mandato para la noche, que como todas las noches, sería para ella inolvidable. Un poco de brillo en los ojos, un poco de brillantina en su blanca piel y el toque maestro del perfume en su pronunciado y voluminoso escote. Ludmila cumplía su ritual, al menos en su iniciación. Tomó su pequeña cartera y cerró la puerta arrebadatamente sin mirar atrás. Bajó las largas escaleras y tocó a tientas el bolsillo derecho de su saco, buscaba saber si había logrado recuperar sus llaves en la brusca salida. Por suerte las tomó, así podemos avanzar más rápido y es más conveniente que deternos aquí. Y salió de su casa con la sonrisa floreciente mientras la brisa nocturna jugaba, traviesamente, con su falda. Quién no querría levantar las faldas de Ludmila, por favor!!.
En el medio de la noche, paró un taxi y con esa vocecita de nena tan dulce, tan maliciosa, le dijo al chofer la dirección mientras pintaba el auto de un dulce aroma a naranjas. Bajó los vidrios cerrando los ojos y de esa forma secó su rojo pelo con el viento en el rostro. Cuando los abrió ya llegaba al lugar del concierto. Pagó al chofer que no pudo evitar insinuarle algo y ella soltó esa risita tan natural y perturbadora, al tiempo que cerraba la puerta del taxi.
Una hilera que daba vuelta la cuadra en Constitución, la amedentró un poco. Ludmila no sabe esperar así que prefirió pensar en algo. Y evidentemente el brillo en sus ojos indicaba que su mente ya le había ofrecido alguna sugerencia. Así que avanzó hacia la puerta, miró su reloj y recordó que jamás llevaría uno. Preguntó entonces a uno de los hombres de seguridad:- eran las doce menos cinco, le dijo el fortachón. Ludmila iba a decir "gracias, pero recordó también que ella no decía esa palabra, sólo una sonrisa entonces.
La fila de jóvenes no cesaba sino que ada vez se hacía más y más intensa, ahora ya no sólo volteaba la esquina sino que ocupaba cuadras completas.
Una silueta oscura hizo su aparición en dirección a ella. Ludmila lo miró e instántaneamente adoptó una actitud de cacería. El hombre caminaba al filo de la noche, su negro cabello, su negro traje contrastaba con la blanca piel. Pasó dirigiéndole una sonrisa y se aprestaba a entrar al salón. Ludmila le puso la mano suavemente para detenerlo: - Yo beso el suelo por dónde caminás y acaricio tu filo, le dijo al hombre rozándole los labios. El músico se detuvo a verla y la recorrió por completo. Ofreció su brazo en dirección a ella y le replicó:- Gusta pasar al baile conmigo, princesa?. Ludmila lo tomó suavemente del brazo y pasó por la puerta del costado junto a él.
Sin embargo las horas transcurrían y áun no había sucedido nada esa noche...
El caballero la despidió y subió al escenario. Los primeros acordes de la guitarra incitaron al frenesí de la muchedumbre. Saltos y empujones, se mezclaban con el sudor que jóvenes sin camiseta, exhalaban y frotaban contra el cuerpo de Lu. Ella sonreía y saltaba también, aún con tacos, había que hacerlo y quería hacerlo bien. Un chico la empujó a modo de baile, a lo que ella sonriendo, le replicó con una fuerte sacudida a modo de devolución.
El concierto continuaba y muchos hombres se subían al escenario para luego dejarse caer en los brazos de otros del público. De hecho los músicos incitaban a hacerlo. Ludmila pensó que era necesario que ella lo hiciera también, así que luego de lograr llegar bastante cerca del escenario, pidió ayuda para lograr subir hasta él.
El mismo músico le dio la mano. Y allí estaba con su pollera ultra corta, con sus labios super rojos y su magnífico escote que escondía dos voluminosas fuentes de placer. Con la música.... Con las luces...
No pude contenerme. Miré a mi alrededor y todas las miradas masculinas parecían enceguecidas con ese luceferino esplendor. La criatura era excelsa y creo que nadie podría evitar esas ganas agónicas de poseerla, al menos un poco...
Ludmila se tiró entonces por el escenario y una arena de manos se ofreció a sostenerla. Sin embargo, mis propios puños se negaban a dejarla ir, la había tocado y quería más de ella. El resto de los hombres ubicados a mi alrededor, iniciaron una disputa, el terreno de lucha era el propio cuerpo de Lu, dibujado por manos que la apretaban, la manoseaban, la rasguñaban con impotencia.Todos la deseamos y todos tuvimos una parte de ella.
Al terminar el concierto, el cuerpo de Ludmila me indicó con sus ojos ya vacíos:
- Descuida, yo muero cada noche. |