Para Maria Arbrinda Verónica Gutiérrez López
Simplemente; Mi madre. (por si fuera poco...)
Aspiras despacio...
¿Dónde quedó el mundo?
Esa noche que partió el cuerpo en diminutas decepciones
Esos gritos suplicantes de atención. (Noches de poesía)
El universo en tu cabeza se queja de un dolor de estomago, —dolor de estomago— ingenuamente atribuido al exceso de café y nicotina...
Bajas cauto, pecando de simplicidad, en su espalda las manos de tibio puñal invitándote amigas a su lecho (Infinitas escaleras a tu tumba) solo en ti.
Encerrado celosamente en ti y el tiempo gira, sus caras riendo y un tímido niño llorando al cielo una ranita que se murió en sus manos. (Solita y muerta en sus manos) y dentro un enorme hueco (Un espacio estúpidamente repleto de nada) que no conoces, pero como duele.
Sigues así, caminando, deteniéndote, amando a una amante de ocasión, condenadamente furtiva, ella que sello tu frente con sus dedos e invento tu cuerpo y murió contigo.
Una muerte húmeda y anónima...
Es posible, te llegara una invitación, alquilaras un smoking a rayas, un silencioso féretro violeta, veras como se amontonan, —una a una— lagrimitas azules, verdes y rosas y como, —en una sencilla pero increíble ceremonia— tu cuerpo flota en esos improvisados ríos de dolor sobre las mejillas de gente que nunca conociste.
Alguien —ese tan mentado alguien que eres tu mismo, pero que ignoras parsimoniosamente— te dará un beso muy quedo, —hasta la vista, te extrañaremos, y bla bla, bla— se quitara la ropa (Extraño y mítico deja vu) y copulara con un perro volador
—hasta el cansancio, siempre hasta el cansancio— sobre tus huesos de caña y de tierra.
No dirás nada...
y llegara el silencio
Ese silencio tan lleno de nada y tan alegre a ratos de las personas que - sin saberlo- invocaron tu nombre y gozaron tu fiesta vespertina de domingo, que durmieron contigo
—a tu lado, en ti— y juran ahora —después de la aparatosa caída— no conocerte.
Ese silencio —que por respeto— mantuviste intacto hasta el final. (Un rosario de putasmadres)
Sigues así, con llanto de piedra y muerto
Coleccionando ahí, —arribita de dónde los sueños se vuelven gotas de estrellas — trozos de día, fragmentos de besos rotos, —que por rotos— nadie quiere, solo tú, tu y ese hombre de barro que te habla por las noches, —cuando todos se han ido— con esas palabras chiquitas tan exageradamente parecidas a las pecas de tu hermana la mayor, esas palabras tan chiquitas que están hechas de frío y de adioses de autobús en tarde lluviosa.
Sale el sol, y un despertador (Que en realidad, a nadie le interesa saber como es) canta y repite la misma canción de todos los días a las ocho de la mañana.
Te tocan un hombro despacito y con miedo, y con miedo despiertas y lo que paso en tus sueños, ni tú lo recuerdas. —a la caja del olvido, junto a las promesas—
Te pones de ropa, el traje de gente estúpida (Es decir, un poco culto y un poco cínico) y ríes, y cantas, y cierras los ojos y repites mil veces para ti, "Todo estará bien" y te lo crees, y te tragas tu cuento...
Sales y caminas (Porque nadie se tomo la molestia de enseñarte a volar) y encuentras a un extraño vestido de niño, —impecablemente disfrazado de niño— y con mascara de hambre, un hambre que se nota en los ojos, en las manos, —Un hambre rasposa y orgullosa de sí misma— que parece y es, mas grande que el niño. Sabes lo que sigue...
Te pedirá lastimosamente un peso, un peso que tú, generosamente negaras, porque no le tienes.
Ahora estas pobre, pobre y ciego, te arrancaron los ojo, no te sirven y la sangre en ti, se torna de colores, (Casi todos, añejos y olvidados colores)
—de madres cantando al oído, oraciones de sal y muerte a un solitario anciano—
Te mueves y giras, siempre giras, hacia donde Dios dio su vida por un sueño... —hacia ningún lado— Te arrancas los ojos y la vida, no importa, no importa, adentro solo queda eso que por amor no puedes nombrar.
Revientas en flores, en traición, en mesas de cantina de una madrugada cualquiera.
Y bajas cauto y con exceso de simpleza al sitio donde se origino la vida y el mar...
Compras fichas y decides apostar, te decides y té apuestas, pierdes tu casa, pierdes tu familia. (Ya no tienes nada) Apuestas la hora exacta de tu muerte a un iracundo 5 de un color que no te interesa, un 5 que nunca llegara, no importa.
Alguien vestido de martes te dará sentido, te levanta y te mandara a casa en un apestoso taxi.
Un señor de barro que te regala, —de vez en cuando— un minuto de paz y una ranita muerta, verde y muerta, erta, erta. (Como es costumbre)
Aspiras despacio... Recuerdas y cada cuadro en la memoria, —cada maldita cosa— llega con dolor integrado.
Ella sonriendo, ella que siempre pidió ser ella con muchas caras y el mismo cuerpo, —el mismo jodido cuerpo— ella bailando en la orilla de la luna, discreta, —dolorosamente encantadora— con tus viseras en las manos, vendiéndote como esclavo, bebiendo tu letra y enterrándote vivo muy lejos de tus muertos. (Desconocido)
Abrazas una sombra, una sombra que el hombre de barro te presto hace ya algún tiempo. (El tiempo, ese otro señor de sombrero azul)
Y ahora es una calle mojada el escenario, una calle empapada con olor a limón y banquetas desechas, otro niño se acercara a ti con un espejo, —notas que el hambre ahora te acompaña, y el se ve tan feliz— ahora tu con hambre, —hasta el fondo del hogar de la ancestral nutria— observas al niño... una risita... un momento de locura... lo golpearas infinitamente, te lastimaras hasta que el dolor acabe, después pedirás perdón, perdón a cantaros, pero nadie, —nunca nadie— te pondrá atención.
Aspiras despacio... Y de castigo, amargos cielos te cubrirán entero, —adiós a tu cuerpo de polvo de espacio y planetas— Cuentas estrellas (Crees que cuentas estrellas) estas en su vientre de durazno, te revuelcas y el sentimiento de casa se desvanece como sándalo en tus párpados.
Sabes que todo acaba, no seas cobarde, una puerta como escalón será la suprema prueba, lo subes y le abres...
Que placentera es la luz atravesando tus oídos, tu cuerpo de polvo de estrella
(Tus uñas diluyéndose en el margen de la primera vagina)
Pero tu zapato presume que esta mojado, decides dormir, (Siempre el sueño como escape) abrochas el pijama, te pones el cobertor, juras cambiar y apagas la luz y la música...
Y ¡Ohhh! sorpresa...
Aspiras despacio.
La sonrisa es un mar naranja entre y escapando de sus piernas, ella esta ahí, —templada y tranquila— llegó imprevista y rapto tu carne. (Tu alma escurre lento, tan lento) Compruebas no sin pena, mucha pena- que el dolor no era por cafeína y exceso de tabaco, -ahora lo entiendes- y dejas que la voz calle para siempre.
14 enero 2001
“La casa de los sueños”
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