Un chico con trazas de duende leía un gran libro. Estaba sentado en la rama más baja de un árbol muy pequeño y tenía un polvo blanco pegado en la nariz.
- Hola! Qué hacés?- preguntó la nena.
El, la miró con cierto aire de superioridad y con desgano le contestó -Estudio-
- Y qué estudias?- preguntó la nena con curiosidad mientras trataba de espiar entre las hojas del libro que, para su desilusión, no tenía dibujitos.
- Palabras - respondió él, sin siquiera mirarla.
- Y por qué estudias palabras?- insistió la nena enfurruñando el rostro ya que le molestaba mucho quedarse con una duda.
- Para seducir sirenas- contestó el chico.
- Qué son las sirenas?- preguntó, esta vez con cara inocente, ya que nunca había visto una.
El muchacho suspiró antes de contestar y le dijo – Son hermosos seres mágicos que habitan en mares lejanos, de cuerpos plateados y hermosas voces que...
- De verdad existen las sirenas?!- interrumpió entusiasmada, abriendo grandes, grandes sus ojos grises.
- En realidad son mujeres con olor a pescado- dijo el chico con trazas de duende con una media sonrisa un poco perversa; la nena, sintió un escalofrío.
- Te gustan?- preguntó tímidamente; de pronto, sin saber por qué, se sentía muy chiquita.
- Sólo al principio- dijo el chico; la sonrisa había desaparecido de su rostro, ahora parecía cansado y un poco triste.
- Y entonces, porqué estudias palabras?- preguntó sin comprender, ni un poquito, a aquel chico tan extraño.
- Ya te dije: para seducirlas- los ojos negros del chico parecían aún más oscuros.
- Y por qué querés seducirlas?- preguntó ásperamente y mirándolo muy seria, ya cansada de no entender. La nena parecía ahora una esfinge.
- Para probar las nuevas palabras que encuentro- respondió, finalmente, el chico.
- Entiendo- dijo la nena con una leve sonrisa y cerró sus ojos del color del tiempo.
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