"Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va"
Desde el foro
La ceremonia había estado muy emotiva; Juan, había relatado la vida de nuestro amigo en común, Mario, con el que habíamos compartido casi unos cincuenta años. Y entre diversas anécdotas, la multitud de rostros, mantenía aún los ojos poblados de lágrimas. Al orador, le prosiguió el cura amigo de la infancia; quien embebido en un aliento divino, homenajeó su vida, llena de carisma religioso. Hacía frío; el viento traía solo recuerdos de Mario; en el colegio, bajo un guardapolvo teñido de tintas y bolsillos descosidos; comenzando la adolescencia, con sus primeras noviecitas; iniciando el trabajo como cadete en una florería; o al mando de su familia, con tres hijos a cuesta. Después, la continuidad y el esfuerzo, lo habían llevado a la cima, como gerente en la compañía de seguros, para concluir como uno de sus dueños. Y aunque los finales siempre suelen ser dolorosos; él, mi amigo, había trasmitido en el resto de los mortales, esa sensación de bienestar, que solo nace de los hombres valederos. Lo seguí mirando, casi sin aliento, por unos cuantos minutos más; sus canas suspendidas con la brisa de la tarde; el semblante apesadumbrado, aunque siempre victorioso; su traje nuevo azul oscuro, que se tornasolaba con la luz; y ese gesto de bondad, ahora trasmutado en una nueva gente. La silueta de su cuerpo, se perdía con las sombras de mi alma; todo en él cambiaría; la mujer; los chicos; sus amigos... Me quedé parafraseando un viejo tango, que siempre tarareamos juntos: "Algo se muere en el alma cuando un amigo se va"; no sin antes, ir a darle mis saludos; - ¡Mis mayores respetos, señor presidente!...
Ana Cecilia.
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