Día para comer carne, uno mas para sacudir el cuerpo
antes de levantar el polvo del suelo, las seis de la mañana y todo sereno.
Después las horas acabarán por trastornar todo tipo de movimiento,
y mientras busco algo que beber, alguien grita sin conocerme.
Otro de tantos, como si fuera la segunda vez que lo hago,
como si cada uno tuviera un destino diariamente diferente.
Escribo de este día, sin saber cual será su destino al final de la jornada.
Quizás terminaré con una nota que pueda transmitir que sigo medio vivo.
Dependiendo del momento en donde estén las manecillas del reloj a esa hora,
puedo estar medio muerto o jadeando penosamente al subir escaleras,
o bebiendo directamente la saliva de un fino y barato licor almendrado,
día para encender solitarios cirios en los cruces de calles y avenidas.
Si algún día se presenta la oportunidad, me gustaría escribir,
quizás, en un buen velorio o sepelio o en el momento de desparramar
al viento las cenizas de uno de mis mejores amigos o de un familiar,
probablemente no pueda hacerlo el día que yo muera seriamente.
Físicamente sería complicado narrar mi fallecimiento el mero día,
puedo ordenar un epitafio anticipadamente y tal vez pierda el sentimiento
emotivo que conlleva al dolor. No gozaría del mismo matiz, pues sería otro día,
además las letras no tendrían los ingredientes deseados de tal suceso.
Probablemente sin el sazón indicado o con palabras escogidas al chingadazo,
sería como una porción de carne en leña húmeda, sin grasa, especias y sal.
Ángel de la Guarda, no me desampares ni de noche
y menos en el día que tenga que escribirle a un hermano.
Día de la gastada muerte, además de un epitafio -(yace aquí quien sea)-,
necesitaría una lápida algo grande, -mis letras son largas-.
Probablemente por eso, sólo pude publicar para una revista.
Amistades van y amistades mueren con gustosas sonrisas.
Benévola demencia de señoras que trastornan el aire con sus palabras,
mujeres que corren con los golpes de sus hombres en la espalada.
Puritanazalameras feminoidales gritando sus torcidos reclamos.
Un día más en las calles desquiciadas por el frío tráfico de esas carnes.
Cuerpos añejos de ancianos que se pasean por las calles,
en algún momento tendrán que abandonar la tierra que pisan.
¿Algún día sus nietos les dirán que caminan como sonámbulos?.
Cuerpos que disertan entre espantarse las moscas o el calor que les rodea.
Ángel de la guarda, no me desampares ni de noche, ni de día.
Alguien más sabrá que por las noches acompañas a mujeres solas,
y que desplumas tu piel para plantarte tímido y trivial en diáfanas esquinas,
que llenas tus labios con el carmín barato que le robas a tu Creador.
En la madrugada salí a comprar leche de cabra y pan fresco,
bebí sobre la azotea hasta quitarme el acre sabor de la garganta.
Nuevamente escribía de otro día que no tiene nada que ver con los anteriores,
como lo hice en el pasado, con motivos insignificantes que asaltan a mi locura.
Reseñé y bebí bajo el influjo de absurdos contenidos sentimentales,
con la tinta que exprimí de mil ojos, relaté decenas de raras coincidencias.
Y tuve que llegar a la parte más alta de mi querido techo alienar
para saber entonces que debía recitarme al oído cuanto amaba estos días.
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