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Diávola tenía la mirada extraviada en el volcán de lava ardiente que podía destruirla en sus calcinantes entrañas, mentalmente se formaban las imágenes que Axel había inventado para castigarla por su osadía de introducir en su oscuro mundo a Diego, desde ese día la castigaban sin tregua alguna, aún en sus sueños, se repetían incesante una y otra vez, ocasionando que despertará sobresaltada y mirara con desprecio al que dormitaba a su lado, su propia creación.

El calor de las entrañas de aquel purificador Vulcano, ocasionaba que gruesas gotas de sudor corrieran de manera copiosa por su frente, pero no la disuadían de su decisión de terminar con aquella tortura, lo único que podía liberarla de aquel infierno era la muerte.

Sus ojos marrón estaban sin vida y cada instante la maldad que había prevalecido en ella durante los últimos tres siglos se escapaba de su eternidad, convirtiéndola en algo humano que se negaba a ser. Se irguió en el borde de aquella montaña de fuego y extendió sus alas, la sed de buscar almas para martirizarlas cesaba y el vacío que provocaba ese sentimiento la iba invadiendo poco a poco de nostalgia.

El viento estaba cargado de un penetrante aroma a nitrógeno, éste golpeaba de forma violenta su rostro, resecándolo, sin embargo no la hacía ceder, llevaba un quedó murmullo que parecía susurrarle al oído en tono seductor que se resignará a su fin, llegando a sus sentidos ocasionando un sonambulismo del que no parecía despertar, abrió en toda su extensión las alas que emergían de su esbelta espalda y se arrojo sin pensarlo a las entrañas reborboreantes que parecían clamar su nombre y esperarla con impaciencia, deseaban poseer en su totalidad a la mítica Diosa de la noche, aquella ante cualquiera sucumbía, la soberbia hecha mujer y después transformada en demonio, recalcando de esa manera la superioridad de su esencia.

Nunca más vería su figura reflejada en los ojos injustos de Diego, quien en lapsos de ira la recriminaba por su existencia, tampoco escucharía la carcajada burlona de Axel, por fin su alma encontraría la paz, esa que nunca soñó, que tampoco nunca exigió y por lo tanto no sabía su significado. Un último suspiro antes de perecer en su único infierno.

La caída era lenta o quizás el tiempo transcurría de manera distinta para ella. De la nada salieron unos fuertes brazos que impidieron su trágico fin, pensaba que todo había terminado, pero un intenso aroma a amoníaco la hizo reflexionar.

Abrió los ojos de golpe y se topo con la mirada implacable de Domus, el gas que despedía producto de la furia que contenía por haberla salvado aturdía los sentidos de Diávola, amalgamándose por las emociones concentradas de saberse aún con vida y que demoníaco destino continuará a su favor hicieron que perdiera el sentido.

Cuando despertó Domus continuaba a su lado, vigilando el sueño apacible que parecía tener, las imágenes diseñadas de Axel había desaparecido y ella resurgía con un apetito insaciable, él reposaba su mano izquierda sobre el pecho de la mujer y la observaba con gesto severo:

- ¿Por qué? – preguntó Diávola con enojo.

Pero sólo obtuvo por respuesta una bofetada por su cobardía, después sin decir palabra alguna abandono el lugar, junto a Diávola una nota escrita sobre la piel de algún desdichado que fue víctima de los ojos miel de Domus, de su castaño cabello y sus intensos labios rubí, la letra era impecable, no en vano su demonio salvador había pertenecido a las más altas esferas sociales del Londres del siglo XVIII.

Peyrasí sonrió, se paró frente al espejo y pasó sus delicados dedos por el cabello marrón, que al contacto inmediato con su piel se transmuto en negro. Abrió los labios y con un fuerte graznido dio la bienvenida a la vida; hizo los hombros para atrás, mientras presionaba la palma de su mano, de inmediato las alas desaparecieron.

Se colocó en el piso en posición fetal y fue esfumándose lentamente.

- ¡Esta ebria! – Decía un joven de cabello castaño.
- ¡Buena la fiesta!, ¿No? – Se veían en la necesidad de gritar para ser escuchados debido al ruido de la habitación.

Diávola continuaba tumbada en el piso, ocultando su maquiavélica sonrisa bajo el cabello que cubría su rostro, estaba impaciente, pero sabía que tenía que esperar. Uno de los jóvenes se fue del lugar. Mientras el otro aspiraba con avidez un fino polvo blanco que guardaba en un bolsa. Ella escuchaba atenta como el corazón del adolescente empezaba a acelerarse producto del enervante que consumía en dosis extremas.

Movió la cabeza, no seria divertido, y poco a poco desapareció del lugar; el chico estaba tan drogado que pensó que todo era producto de su imaginación. En la ciudad caía una incesante lluvia, Peyrasí buscaba con parsimonia una presa. Un callejón oscuro fue el sitio indicado.

Resguardándose bajo la tapa de un bote de basura estaba él. Ella sabía lo que vendría después, pero acepto el reto. Su cuerpo se transformaba a cada paso que se acercaba al infante; y entonaba una hermosa canción de cuna el pequeño buscaba con ansiedad a la persona que emitía tan melódico sonido. Diávola se acercó más y lo atrajo hacia sí:

- Duerme mi niño – susurró al oído de la criatura que ya estaba recostado en su regazo.
- ¡Suéltalo! – Gritó Julio.

Ella giro a verlo con desprecio, su alma estaba revitalizada por completo, una insaciable sed de maldad la consumía; alrededor de su figura se formaba una densa nube roja que la iba envolviendo, para protegerla.

- ¡Qué lo sueltes he dicho! – Julio se percataba de la fuerza que la invadía, pero no dejaba que eso lo amedrentara. Ella enterró sus garras ardientes, en la frágil espalda del niño, quién sólo pudo lanzar un leve quejido, sólo audible para los sensibles oídos de Julio.
- Duerme mi niño, duérmete ya; que viene un demonio que te llevará – su canto era burlón y miraba con una sonrisa traviesa a su contrincante, quién intentó acercarse al pequeño; pero Diávola interpuso su cuerpo para impedirle el paso.
- ¿Recuerdas cuándo cantaba para ti? – dijo mientras acariciaba maternalmente su mejilla – Eras muy caprichoso – Julio se alejo, e hizo un gesto de rabia. – Tu padre es Feliz a mi lado, ¿Sabes?, ven con mamá – dicho esto, abrió sus brazos buscando el cuerpo de él, quien estaba aterrorizado por lo que ocurría. – Soy mamá, este niño también piensa que soy su madre, ¿Quieres que se quede sólo como tú?

El tono que utilizaba el demonio era perfecto, una rara mezcla de regaño y reproche para Julio y ternura hacia el chiquillo que dormitaba en su pecho, su mirada irradiaba arrepentimiento de haber aceptado la misión de detenerla, por su rostro se resbalan lágrimas, productos de la soledad que lo estaba invadiendo y hacia que sus piernas temblarán.

- ¿Ves? Eres muy desobediente Julio… Ven conmigo.

Le temblaba la quijada, estaba confundido, deseaba correr y abrazarla, pero algo lo detenían previniéndole que con ello terminaría todo, Diávola miraba estática la debilidad de Julio, extendió sus manos al cielo y clamo con ironía:

- ¿Dios acaso no tengo derecho de recuperar a mi hijo?

Julio arrojo un rayo de luz para destruirla, pero lo evadió con agilidad, mientras levantaba al niño del suelo. El la busco por las alturas y las gotas se sangre del chiquillo mancharon su rostro. Diávola observaba divertida su reacción desde un edificio en ruinas, mientras torturaba lentamente al chico.

Sabia que sus lamentos atraerían a Julio de nueva cuenta hacia ella; sus pasos cada vez se acercaban más, haciéndose más fuerte y constante el sonido de las botas negras sobre el asfalto. Peyrasí abrió los labios y emitió un graznido que ensordeció al ángel.

De un zarpazo de transmuto a su figura original y la última imagen que se llevaría el niño d la vida era la cara verdosa de Diávola y sus cabellos purpúreos estrangulándolo. Julio se sostenía de la pared y Axel miraba satisfecho la escena:

- ¡Estas perdido chiquillo! – susurró y desapareció lentamente.





Texto agregado el 24-08-2005, y leído por 133 visitantes. (0 votos)


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