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Lo que cambió lo de Pedro.

Jorge Cortés Herce



¿ Qué se siente verme así, de frente?
La avenida está desierta, deambulas solo en la madrugada. Quieres morirte, vas a morirte. -Pinche frío- dices, no hace tanto; tu temblor viene de adentro. No es cierto que los coches y los camiones estén más ruidosos que nunca, tampoco son ciertas las hordas de hormigas que se te suben por las piernas, ni la serpiente que te guiña el desorbitado ojo. Lo que sí es cierto es que hace más de seis horas que no bebes un trago, y que hoy no ha habido alguien bondadoso que coopere para quitarte esa ansiedad, ese creciente dolor de cabeza, esas palpitaciones que amenazan con llevar tu corazón a redoble perpetuo, ese sudor frío que se desliza examinando tus recovecos. No hay cerca una sola alma que te vaya a alivianar.
Si al menos tuvieras unos pesos... la ventana del Sergio siempre está dispuesta a recibirlos a cambio de unos tragos de refino que te volverían a la vida, ya se cansó de decirte que sin varo ni te acerques, pero no te queda otra, te estás muriendo. Después de insistir seis veces, el Sergio te abre sabiendo que no le vas a pagar, y entre amenazas te da la gloriosa pachita que aplazará por un rato nuestra cita.
Ahora eres otro, se te ocurre hasta cantar, pero no te acuerdas de ninguna canción, tarareas entonces algunas notas desafinadas. Ese aguardiente da nuevas fuerzas a tus huesos, pero sabes que ando cerca, y que no hay forma de evadirme. Haces gesto de valiente y les sostienes la mirada a los tiras que pasan despacito en su carro, siguiéndose de largo, y dejándote otra vez completamente solo.
A lo lejos se oye un cuete, los disparos no son raros en ese viejo barrio, pero como insecto hacia la luz y sin saber porqué, ya estas caminando en dirección al desmadre, aunque al dar vuelta en la calle donde juras que sonó , no hay tal. Continúas tu camino a ningún lado, la pachita está a punto de vaciarse y tú no tienes sueño, piensas en regresar con el Sergio, pero en lugar de hacerlo, te alejas. Tus pasos cada vez más vacilantes, de pronto topan con algo, mantienes el equilibrio y enfocas tratando de ver en aquella penumbra. Tus ojos se encuentran con otros, de mirada estupefacta, cubierta a medias por unos lentes oscuros que se salieron de su lugar, pertenecen a un tipo que está tieso, con un balazo en el pecho, en su boca abierta apenas se asoma un diente de oro, y te maldices por no poderlo retirar, durante unos segundos intentas hacerlo con el puñal que le quitas de la mano, desistes. Luego miras bien y te encuentras con el cuerpo sangrante de una mujer, su rostro inerte sonríe burlón, en su mano derecha sostiene un revólver treinta y ocho especial, y en la izquierda, aprieta un rollito de billetes, sin pensarlo la libras de ambos pesos, te levantas y sigues tu tropezado camino. Como antes, vuelve la gana de cantar, ésta vez recuerdas o inventas un coro: “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios¡”. Das vuelta al callejón, te alejas, amanece, a lo lejos oyes sirenas. Por ahora el destino nos separa, pero sé que no tardaré en estar muy cerca de ti. Nuestra cita sólo se ha pospuesto.

Texto agregado el 24-08-2005, y leído por 123 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-08-2005 me gusta tu estilo dulcilith
 
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