Y te dejé ir.
Sí, te dejé escapar con el graznar de aquellas pequeñas y torpes aves.
Te eché a pesar de aquel azul acariciante de un cielo a punto de reventar.
Te expulsé.
Sí, el destierro era para ti. No para mí. No para nosotros.
Tú el culpable. Tú el exculpado. Tú con el equipaje en mano y la mirada arrepentida.
Y sin haber volteado, huiste sin rectificación posible, sin insistencia, sin resistir.
Ya no recuerdo el por qué, pero te dejé ir.
Ahora, que el huracán de aullidos le ha dado paso al silencio, levanto el auricular.
-Esteban, amor mío ¿Eres tú?
-Es su mujer ¿Quién es usted? No me diga… Amparo González. Esteban no quiere hablar con usted. No llame más a nuestra casa. No vuelva a molestar.
-Sólo dígale que ya no recuerdo el por qué.
-Olvídelo, no soy mensajera suya. Lo hubiese pensado antes. Arrepiéntase y punto.
-Sí, me arrepiento.
Y siguen graznando las aves del parque. Las alimentabas con el afán de un niño que nunca antes había disfrutado la luz del sol. Y ya no queda nada. Sólo yo. El arrepentimiento. La despedida inexistente. Tu rostro que nunca volvió.
-Adela ¿Recuerdas a Amparo González?
-Sí ¿Qué pasa con esa bruja?
-Su nombre está en la página de los obituarios. Pobre ¿Qué habrá sucedido con ella?
-No tengo idea. Pásame el periódico que quiero ver la cartelera del cine.
-Ojalá me hubiese despedido. Al fin de cuentas, el error fue mío. Ella no tenía otra opción.
-Te echó como a un perro de su casa ¿Y sientes pena por ella? ¡Dame acá el periódico! Eres un tonto, siempre lo has sido.
-Pero Adela ¿Qué más podía hacer cuando llamaste a la casa para decir que te acostabas conmigo desde hacía dos años? Fue una locura.
-Estás aquí conmigo ¿No? Para mí fue un gran acierto. Olvídate de ella y punto.
Y Esteban piensa si la difunta Amparo González lo habrá extrañado. Muy adentro, muy en el fondo, siente la pérdida del ser más querido, del único, del definitorio y definitivo. Pero guarda silencio. Y siempre lo guardará. Ese será su secreto. El dolor de haberla perdido, de haberla dejado escapar. De haber cruzado la puerta con maleta en mano. De no haber manifestado ni un milésima de arrepentimiento a tiempo… cuando había tiempo para resistir. Cuando había espacio para la rectificación.
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