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Inicio / Cuenteros Locales / chifladoyou / 10 euros de consuelo

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Aceptó entonces el dinero y, como en las películas, lo guardó en su inmenso escote. Protegiéndolo entre sus senos, nadie, o al menos muy poca gente, se atrevería a echarle mano. Intenté disimular mi asombro, pero al parecer, no lo suficiente porque en seguida me fundió con una sonrisa burlona. Mis esfuerzos por aparentar tranquilidad eran en vano. Aquella chica me tenía calado. Rebosaba experiencia y yo, necesitaba un poco para paliar aquel incómodo temblor de piernas.

-¿Dónde quieres que lo hagamos cariño? Deduzco que no tienes coche… –me preguntó riendo. Era obvio que mi comportamiento me delataba, y ella, en vez de intentar calmar mis nervios, disfrutaba incrementándolos con ironías y chistes crueles.
-Tengo todavía un poco de dinero, seguro que conoces alguna pensión barata que nos pueda servir –contesté intentando aparentar la seguridad de quien ya ha hecho esto más veces.
-¡Ay que joderse!, y parecía tonto el niño… –exclamó mientras encendía un pitillo– En fin, mejor para mí. Mucho más cómodo. Pero entonces vamos a mi casa, vivo aquí arriba. Me das el dinero a mí y fuera.

Aquello me dio fuerzas. Uno de los problemas que me producían semejantes nervios, a parte del remordimiento de conciencia, que crecía conforme avanzábamos en las negociaciones, era mi gran preocupación por encontrarme a alguien conocido por la calle, en esas circunstancias. El disponer de un lugar tan sumamente cercano para llevar a cabo mis planes, me tranquilizó enormemente. Todo estaba saliendo bien. Ahora sólo tenía que convencerla de que no era ningún pardillo. Aunque no hubiera sido mala idea convencerme a mí primero.

-¿A qué esperamos entonces? No te voy a pagar tanto para perder el tiempo hablando –la increpé con un tono más severo. Ella me miraba, sin decir nada y yo, esperaba ansioso su respuesta, cualquier señal que me indicara que no me veía como el niño perdido que era. Pero no llegó señal alguna. Se limitó a negar con la cabeza y dejó escapar una risa forzada.

-No te preocupes. No perdemos más el tiempo –se limitó a contestar, y se dirigió al portal de su casa. Yo la seguí sin mediar palabra.

De esta forma, el dinero que tanto tiempo y esfuerzo me había costado ahorrar se convertía, aquella tarde, en la maravillosa mujer que, en teoría, iba a hacer de mí todo un hombre.


El piso era de lo más desolador. Constituido por tres habitaciones, la cocina, un baño ridículo y un espacio que hacía las veces de salón, dormitorio, comedor y demás utilidades que la chica quisiera darle. El aspecto era lamentable. Las paredes estaban desconchadas y podía adivinarse en ellas las marcas que varios cuadros habían dejado en un pasado. Algunas manchas de humedad adornaban el techo, un techo que bien podría haberse confundido con una jungla de cables que nadie se había molestado en tapar. La cocina se intuía, escondida bajo una mezcla de platos, vasos, basura y otros artilugios que debían de llevar ahí por lo menos una semana. Y el baño, que era diminuto, constaba únicamente de lavabo y water. Por supuesto, en la casa reinaba un hedor insoportable.

-Es lo que tiene pasarse la vida de casa en casa. Una al final no tiene tiempo para la suya –se justificó en seguida– Espero que no te importe follar entre tanta mierda

Yo no contesté. Todos mis sentidos estaban ocupados observando aquel cuadro. Mientras tanto, ella tiró la colilla, resto del pitillo que poco antes había encendido en la calle, en una caja de cartón transformada en papelera y que reposaba en una esquina. También sacó de debajo de un sofá, que debía de ser también su cama, una caja metálica en la que escondió el dinero que hacía tan poco era de mi propiedad. Volvió a esconder la caja en su lugar correspondiente y se sentó en el sofá, mientras me miraba.

-Bueno, ya estoy contigo. ¿En el sofá mejor no? No hay muchas opciones más. Como no quieras hacerlo en el suelo…

Su sentido del humor era incansable. Pero yo no estaba para gracias ni mucho menos. El momento de la verdad se acercaba.

-El sofá está bien, sí –la dije mientras me acercaba. No podía evitarlo, la voz me temblaba ligeramente. Y sabía que iba a seguir haciéndolo si continuaba hablando.
-Perfecto, yo lo prefiero también –rió– ¿Quieres que te la chupe antes?

Eso ya no era broma. Lo decía totalmente en serio. Me di cuenta por primera vez, de que no iba a poder hacerlo. ¡Estaba aterrorizado! Y mis reflejos para seguir manteniendo el tipo, había desaparecido por completo. Así que asentí, desconcertado. ¡Que me la chupara!

Cuando me tenía lo suficientemente cerca, me agarró y tiro de mí hacia ella para poder así bajarme los pantalones. Continuó luego con los calzoncillos y en cuanto tuvo despejado el camino, empezó a hacer su trabajo. Pero por más que me acarició y lamió el miembro, éste no respondía. Todo el miedo, todos los nervios que tenía en el cuerpo, debían de haberse acumulado justo ahí, porque por más que lo intentó, no consiguió levantarlo. De repente, se quedó mirándome en silencio, con una seriedad que todavía no había visto en ella.

-¿Tú eres virgen no? –me preguntó mientras clavaba sus ojos en los míos, esperando mi respuesta. Yo no soporté aquella situación, todo mi orgullo, toda la experiencia que tanto había intentado fingir estaban por los suelos, y aquellas chica los pisoteaba sin piedad. Simplemente asentí, rendido, y clavé la mirada en el suelo, esperando a que la chica comenzara a reírse de mí a su antojo. Pero pasó bastante tiempo hasta que volviera a decir algo:

-¡Joder! –exclamó mientras se incorporaba bruscamente– ¡Si es que hay que ser gilipollas! Bastante triste es ya esto para que subnormales de quince años como tú lo pongan peor… –me increpaba mientras volvía a sacar el bote de debajo del sofá, y a su vez el dinero de éste– ¡Súbete los pantalones idiota! ¡Ya tendrás tiempo de que te la chupen de verdad!

No me dio tiempo ni a abrocharme el pantalón. Me cogió de la camiseta y me echó de su casa. Contó el dinero que había sacado del bote y me lo arrojó al cuerpo, para cerrar la puerta después ante mis narices. Recogí el dinero y marché humillado, pero aliviado a la vez, muy aliviado.

Caía la noche cuando llegué a casa. Las cosas no habían salido como las había planeado. No había perdido la virginidad aquella tarde, pero sí la vergüenza. Más tranquilo, luego en mi habitación contaba el dinero. Las prisas con las que me ella me lo había devuelto no le permitieron contarlo bien. Y ahora, por cortesía de aquella mujer, tenía diez euros de más. Me dio la risa. Aquel podía ser perfectamente el premio de consolación para un muchacho que no olvidaría nunca esa tarde.

Texto agregado el 24-08-2005, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-06-2006 Me ha encantado, escrlbes muy bien, sige haciendolo. kikasonhadora
 
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