Iba con ella, yendo por fin juntos al lugar que tantas veces había anhelado llevarla. Iban tímidos, caminaban en silencio destellando a veces ciertas miradas que insinuaban complicidad, acompañadas de sonrisas nerviosas que reflejaban sus intenciones.
Llegaron, dieron un vistazo al lugar y él la animó a sentarse sobre el césped que parecía haberse aterciopelado para ellos. Sin duda era un día especial.
Veía el nerviosismo ansioso de ella y se sentía seguro frente a eso. Estaban recostados sintiendo el cosquilleo del pasto sobre sus caras y sus manos. Pero eso no era importante, ni el uno ni el otro parecía percibrlo, su atención estaba puesta en el pelo del otro, en sus ojos, su sonrisa, su boca. De pronto, él se hizo de valor y llevó una de sus manos a su mejilla, suave, acariciádola como en adoración a su belleza. Y sin quererlo, sintió su respiración entrecortada, sintiéndose estúpido, pero justo antes de reprimirse reparó en que sus pestañas se rozaban con las de ella, que el aire de sus respiraciones se mezclaban, y que sus labios, en un segundo que parecía ser el más importante de sus vidas, se hacían uno en un beso tierno y simple, pero lleno de esperanzas y deseos de amarse para siempre.
- ¡Señor González!- la mirada dura y airada de su profesor de matemáticas estaba pisotéandolo y parecía ahogarse aprisionado entre la silla y la mesa que ocupaba- a usted le estoy hablando.
Y en el rincón de la sala se sentían unas risas maliciosas que se burlaban... y ahí estaba ella...
Había sido un lindo sueño... |