El Pánico llega hasta extremos monstruosos una vez que se nos quita el velo de la ilusión de la realidad. La realidad es el espejo de nosotros mismos. Si nos empatamos con la realidad una vez retirado e velo encontramos nuestra forma no-humana monstruosa pre-humana y nos sentimos a gusto con Él. Si no nos empatamos con la realidad una vez retirado el velo (pero mediante fuerza retiramos su velo - tal vez por complejo de superioridad) se nos revela lo monstruoso en todo lo demás y por reparar lo que consideramos como un error (la misma realidad) optamos por culpar y castigar convirtiéndonos en monstruos sin sentirlo, sin sabernos...
al final del Laberinto del cual no podemos escapar nos espera nuestro propio reflejo para engullirnos (el reflejo, precisamente, del monstruo que en nuestra lucha hemos labrado en nosotros).

Nos sentimos cómodos arrojándole la culpa al Cuplable, al Chivo, hasta que nos damos cuenta de que el culpable nunca se ha sentido como tal... que no es chivo expiatorio y que tampoco es salvador ni redimidor de nada ni de nadie.

Al no haber salida en lo monstruoso del laberinto deseamos destrozar... asesinando nuestras sombras... deseamos destrozar y no podemos salir de él... en nuestro intento de huir de nosotros mismos no permitimos tampoco ser a los demás... el velo de todas las formas está caido... optamos por la burla, la burla y la negación... cualquier cosa nos espera al final del laberinto... lo único cierto, a pesar de los recesos, es que no podemos huir... las salidas están selladas por rostros que no mienten (son el Mal)... o nos enfrentamos con nuestro reflejo (que tiene cuerpo pero que no es de acá) o nos convertimos en estatuas... paralizadas por los lásers blancos de las torres de control.