La llaga
La vida es una divina comedia, por eso sólo Dios la entiende.
Desnudo.
Flagelado.
En un rincón de su mazmorra subterránea, Javier inspeccionaba el gran corte en su antebrazo izquierdo. Con el dedo índice recorrió la carne, encontró las astillas de hueso que lo molestaban y empezó a quitarlas metódicamente.
Tiempo atrás, se hubiera desmayado de sólo pensar en esta tarea, pero ahora lo hacía con una actitud casi indiferente. En estas últimas semanas, revisar sus heridas se había convertido en un triste hábito.
En esa labor se encontraba hasta que un sonido a pasos en la parte superior del pozo lo hizo contraer un poco más el ovillo de su cuerpo.
Los dos hombres sinónimos del dolor aparecieron ante su vista. El más alto de ellos hizo un movimiento y una sombra empezó a caer en su dirección, hasta terminar depositándose en el piso de metal.
Era la túnica escarlata. ¡Todo había terminado!
Abrazó la ropa que significaba el fin del rito iniciático como si esa áspera tela fuera el satén más fino.
Ya vestido y liberado fue conducido por sus torturadores frente a los siete Ancianos.
Sus guías lo dejaron solo en la habitación.
Después de un rato de incomodo silencio, el mayor de los Ancianos se incorporó trabajosamente y le habló, con una voz grandilocuente:
- Javier, ya eres uno de nosotros. La Comunidad de Karlan te da la bienvenida.
El resto de los Ancianos inclinó un poco la cabeza como respaldando las palabras del líder.
Javier reprimió, a duras penas, el deseo de arrodillarse y agradecer, y sólo imitó el moderado gesto de los demás.
- Ya has ganado el derecho y el deber de adorar a Karlan por el resto de tu vida. – Continuó el Líder – Ahora sólo te resta conocer el gran secreto; el que te va a convertir en un verdadero Karlanita.
El iniciado, tragó saliva y esperó. Su locutor extendió dolorosamente la espera, hasta que la revelación salió finalmente de sus labios. Con una voz carente de toda afectación, le dijo:
- Karlan no existe.
Javier sintió un mazazo en las sienes y las heridas le empezaron a latir. Todas las preguntas que le nacieron fueron cortadas en seco por el Anciano.
- Si alguna vez intentas hablar de este secreto con alguien, morirás. Al igual que en el caso de querer desertar de nuestra Secta. Somos un culto tan absurdo como peligroso.
Javier entendió, pero entendió demasiado rápido:
Los sublimes ritos iniciáticos habían sido puro sadismo.
El ayuno, hambre inútil.
Los sacrificios, simples homicidios de poca monta en nombre de una divinidad inexistente.
Ahora ya ha pasado el tiempo.
El decepcionado Karlanita todas las noches, durante dos horas, hace los obligatorios rituales para su inexistente Señor, sintiéndose, simultáneamente, paranoico e idiota.
Pero algo extraño le sucede: cuando termina y se acuesta, siempre tiene que apoyarse sobre su costado izquierdo para poder dormir. Hay una pequeña llaga en su omóplato derecho que lo tortura. Él no sabe que es un anticipado centímetro de su piel, que ya arde en el Infierno.
La vida es una divina comedia... por eso sólo Dios le encuentra la gracia.
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