Saliendo de Parque Central, cruzando la venida Bolívar, allí está el centro de Caracas. Su gente – multitud asfixiante – el aire contaminado exhalado por los autos, el ruido, el corneteo, los buhoneros, la basura…la ciudad y su hora pico. Entonces uno se hace la pregunta: ¿acaso en este lugar hay espacio para el amor?
La ciudad y sus rincones resulta un lugar hostil. La calle se vuelve pegajosa con tanto sudor. El sol es inclemente y pareciera caerse encima de nosotros. Hay quienes te tropiezan, hay otros que te venden cosas inútiles, están los que se excusan, los que te roban y los que te piden. Por fin logras entrar al metro, maravilloso subterráneo donde la pesadilla de la multitud, olorosa a duras faenas, comienza de nuevo. El metro de Caracas es un espacio que se muta y se convierte en un lugar de sorpresas.
De pronto nos encontramos en un vagón, abultado, en donde aparentemente cabemos todos…menos el oxígeno. La gente te empuja, te respira en la cara, te toca sexualmente… los niños suspiran. Entonces uno se hace la pregunta, de nuevo: ¿acaso hay espacio en este lugar para el amor?
Las preguntas son como un boomerang, al lanzarlas pueden regresar con respuesta incluida. Una respuesta que quizá duela, por estar teñida de verdad. Entonces, la interrogante planteada aparece mientras la metrópoli se hace incontrolable y está toda metida en un vagón de metro. ¿Acaso hay espacio en este lugar para el amor?
Y la respuesta viene, golpeando fuerte. La ventana refleja los rostros cansados. Y tu mirada se dejó colar, se cruzó con la mía. Nos vimos. No hizo falta nada más, era la respuesta. Bajamos en la misma estación, aunque yo no tuviera nada que hacer allí… al final la estación fue la felicidad.
Sí hay espacio en Caracas para el amor, si se pueden recorrer las calles del centro de la ciudad, si se puede disfrutar de la capital y su hora pico, su multitud, la asfixia, si se puede reir de vez en cuando. Si, porque me tienes la mano tomada…y de pronto la metrópoli se me antoja un domingo en el Ávila, desde arriba, contigo. Como la postal más hermosa.
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