Buenas noches...


Es como cuando recuerdo a aquel tipo de Moscú, que pasaba las horas bebiendo vodka en la cantina para matar el frío a sorbos de fuego. Espasmos helados intercalados con homólogos hirviendo, y un pensamiento recurrente en la cabeza. Un constante “esta-vez podré-hacerlo, porque piensa en mí esta vez sí lo conseguiré, casi le siento rozarme el pensamiento con los dedos”.
Y se dedicaba a extraviar los ojos entre los vasos llenos y los semillenos colocados en círculo en medio de la mesa, la monedita en la mano, y el pulso disimulando su temblequeo con golpecitos secos. Hasta que se decidía y lanzaba. Una, dentro! Otra, dentro! Una más! Y un descanso para asegurarse de que sí, que sería posible, mirando al techo un instante y cruzando los dedos al y el mismo tiempo. Entonces, otra más y el momento crucial, el importante, el que diría si estaba o no estaba en lo cierto y no eran tales dedos sino un hálito de su propia esperanza agonizante. Y cerraba los ojos deseando que sí, que entrara la monedita en el vaso que tocaba, y la tiraba.
A veces acertaba y entraba, otras no, pero volvía de nuevo a beberse el vodka y a empezar de nuevo, porque a eso se dedicaba, a matar las horas bebiendo vodka en la cantina intentando adivinar si esta vez sí lo conseguiría.