Hace mucho tiempo, demasiado quizás, que no me enfrento a la hoja en blanco para escribir unas líneas. No he sentido la necesidad imperiosa de ello, quizá demasiado absorto en beber el dulce vino de la vida en una época en la que las cosas parecen estar tranquilas, quizá demasiado.

Y digo quizá demasiado porque es a veces esa tranquilidad la que te da un engañoso enfoque de la realidad. La crudeza de la vida es demasiado fácil de olvidar en ocasiones, y cuando esto pasa, puedes verte sorprendido por terroríficas pinceladas de realidad que aparecen para recordarte que pese a los cielos despejados sobre los que brilla el sol, las nubes negras siempre están al acecho.

Y el golpe de la realidad no ha podido ser más devastador. En forma de pieza literaria, en la que en ocasiones realidad y ficción se entremezclan, haciendo desear al lector que la ficción sea la única semilla de semejante texto, una reciente amiga (sin duda puedo darle tan valioso calificativo, porque al menos en mi corazón lo es) me ha desgranado el drama de la vida en la triste despedida de una madre, abandonando en el mundo a su indefenso hijo de apenas dos años.

La vida es una droga muy dura, que es capaz de elevarte sobre todo aquello que tus ojos son capaces de ver para acto seguido lanzarte con fuerza sobre el pavimento. El dolor se refleja en cada pequeña arruga de aquellos que llevan el suficiente tiempo en este mundo como para empezar a entender su funcionamiento, y sin embargo nos resistimos a creer esas miradas de terror, esas advertencias desesperadas que tienen como objeto anestesiarnos ante un horroroso panorama que la vida extiende para nosotros.

¿Y es malo? Yo creo que no. Debemos seguir luchando contra ese enfoque. La vida es dura, es cruel, es dolorosa, pero también es bella. El mundo es dolor, pero gracias al dolor apreciamos el auténtico valor del amor, del amor verdadero que muchas personas son capaces de profesarse entre ellas. El mundo es desgracia, pero bajo la frágil tela de la desgracia se esconde la dura piedra de la esperanza, indestructible hasta el último momento. La vida es un mar de lágrimas, es cierto. Pero todos nos extasiamos ante la inmensidad y hermosura del océano en más de una ocasión. La vida pone nubes negras en nuestra existencia, pero cuando esas nubes desaparecen nos ofrece el maravilloso espectáculo del color, y cientos de ramos de rosas del mas intenso rojo que no recuerdan la fragilidad de nuestra sangre y nuestra existencia, y la hermosura de la misma.

Para todos aquellos que en esta noche se sientan tristes. Os regalo mis palabras y mi felicidad, que es la vuestra.