En una blanca mañana
vestida por el rocío,
la vi desde mi ventana
paseando junto al río.
El olmedo despertaba
en aguas del cauce anejo,
y ella se reflejaba
igual si fuera un espejo.
En un arrebato de amor,
bajé veloz a buscarla,
encontrando sólo una flor,
ni una huella donde hallarla.
Retorné con un aroma
prendido, de la bella flor,
y la ilusión por si asoma
mañana, mi naciente amor.
A la siguiente mañana,
al mirar por la ventana,
el agua la reflejaba
y el rocío engalanaba.
Y volé en pos de ella,
alcanzando, otra vez, la flor,
no encontré una sola huella
donde depositar mi amor.
Miré, del río, el reflejo,
donde ella debía estar,
reflejada en el espejo
estaba la flor singular.
Y con su aroma me inundé,
mas su lectura en el espejo,
amor, yo me enamoré
de la flor del cauce anejo.
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