- ¿Quién sois, bella joven que cabalgáis por tan desolados parajes?
- Soy Afrodita, hija de Zeus y Dione.
- ¿Zeus y Dione?, no conozco tales personas ni semejantes nombres me son familiares.
- Si sois griegos habréis de saber que Zeus es padre y regente de dioses y mortales.
- No somos griegos, a decir verdad, los griegos son nuestros enemigos, tampoco reconozco como dios a Zeus, nuestro dios es la guerra que nos permite conquistar nuevas tierras, alimentos y metales para nuestras armas.
- Ya veo que sois extranjeros, hombres sin dios ni religión. Abrid el paso, debo continuar.
- ¿Continuar? Sois muy bella y estáis sola, y en este instante he decidido hacerte mi esposa.
- ¿Vuestra esposa? Sois un bárbaro, no puedo desposarme con un mortal, soy una diosa del Olimpo y templos se levantaran en mi honor en toda Grecia, Roma y en toda tierra venidera con los siglos..
- ¿El Olimpo?, no sé dónde se encuentra esa ciudad o región, y no me ha de importar, mas descended de aquel bello corcel, os haré mi esposa inmediatamente.
Comprendiendo la joven diosa el destino que le esperaba junto a aquellos extraños guerreros, emprendió la inmediata huida lanzando su corcel al galope intentando liberarse de tan terrible amenaza.
- ¡Se escapa ¡ Grita el jefe de aquel grupo. ¡ A los caballos ¡ Que no escape.
Dificultosamente, debido a su estado de ebriedad, el grupo de extraños guerreros montan sus cabalgaduras y liderados por su jefe, comienzan la persecución de la joven diosa. Ella toma una gran distancia mas aquellos siguiendo su rastro, le persiguen a mediana velocidad. Ellos no tienen gran apuro, pues saben que tarde o temprano le darán caza y así, de esa manera, podrán permitir que su jefe la convierta en su esposa, es para aquellos bárbaros una nueva diversión que han descubierto en mitad de aquel tranquilo día.
De esta manera, en tierras griegas se produce esta singular persecución de unos treinta y cinco hombres tras una joven diosa descendida desde el mismo Olimpo.
No lejos de allí, y en un montículo que le da cierta altura, una mujer montada en un brioso corcel, otea el horizonte de aquellas tierras estudiando su composición y los accidentes físicos que la conforman. Es una mujer guerrera, de castaños y largos cabellos mecidos por la brisa de oriente, grandes y bellos ojos pardos, cuerpo vigoroso y enérgico.
Su talle es distinguido y porta las armas suficientes para su defensa o ataque: Arco ceñido sobre su pecho, carcaj a su espalda con sus oscilantes flechas, espada y daga griega. Su vestimenta es de guerra ataviada con defensas metálicas que le otorgan un aire marcial.
La solitaria guerrera, en determinado momento, alcanza a ver, desde su posición la desigual persecución y el acoso que amenaza al jinete del caballo blanco perseguido por la horda bárbara.
- Maldición – dice para sí- es una trintena de bárbaros tras alguien que huye con desesperación. Van tras una joven creo. Debo prestar ayuda.
Inmediatamente y a galope tendido, la guerrera aborda un atajo que planea le permita llegar a la joven perseguida antes que la horda de bárbaros la atrape. Su plan da resultado y al descender del atajo, se encuentra con la joven diosa que huye con desesperación.
- ¡Seguidme! – le grita con potente voz la guerrera.
Ambas mujeres toman enseguida rumbo hacia un pequeño desfiladero de mediana altura, donde se forma un pequeño cañón de pequeña amplitud. Las jóvenes llegan hasta aquel lugar que ofrece ciertas configuraciones rocosas en la altura que podrían servir de refugio.
La guerrera encuentra entonces una pequeña senda que les permitirá alcanzar cierta altura del desfiladero para refugiarse o atacar si preciso fuese. Alcanzan entonces el sitio deseado, detienen sus corceles y la joven guerrera le indica a su defendida que desmonte mientras ella hace lo mismo.
- Es un buen lugar para refugiarse, no es lo ideal pero no tenemos alternativa. Vaya, ahora decidme: ¿Por qué os perseguían aquellos hombres? –pregunta la guerrera- a la confundida deidad.
- Oh, gracias por vuestra ayuda. He de deciros que el jefe de aquella horda deseaba hacerme su esposa, por eso emprendí la huida. Jamás podría casarme con él, no puedo desposar a un mortal.
- Puedo ver que sois muy bella, mas eso no significa que no podáis desposar a un mortal, ¿acaso esperáis un dios para casaros?.
- Sois una mortal y no lo comprenderíais. Mas debo preguntaros...¿sois griega? ¿qué haces sola por estas tierras?
- Veo que sois una joven muy curiosa, pero puedo deciros que soy griega de la región oriental y desde hace unos días estudio este territorio pues mi ejercito planifica una invasión para expandir nuestro territorio.
- ¿Troya? ¿Tomareis Troya con vuestro ejercito?.
- Aún no me habéis dicho vuestro nombre, ¿cómo podría yo decirte nuestros secretos de guerra?
- Pues bien, mi nombre es Afrodita, hija de Zeus y Dione, descendí desde el Olimpo para conocer esta tierra, mas mis hermanas me abandonaron aquí y me privaron de la virtud de la inmortalidad. Ahora soy mortal como vos, y moriré a menos que mi padre envíe por mí.
- Vaya ¡ una diosa del Olimpo. Por aquella razón sois tan bella y luminosa. Nunca creí que llegaría a defender a una diosa del Olimpo. Pues no debéis temer, aquellos hombre no os matarán, pues os quieren solamente como esposa, mas entiendo que jamas te entregarás a ellos.
- Por favor, protegedme de aquellos bárbaros, pues prefiero morir antes que ser la esposa de uno de ellos.
- ¿Qué os proteja? Mirad, cargo veinte flechas y armas de acero, ellos son alrededor de treinta o más hombres. Es poco lo que puedo hacer, además imagino que una diosa como tú no maneja el arco.
- No, no manejo el arco, ni las armas, ni sé de guerra ni de muerte. Estamos en franca desventaja, además vos sois mujer, no sabía que las mujeres portaran armas.
- ¿No sabéis de guerra? Es muy extraño, pues Ares, tu hermano es el dios de la guerra y Artemisa la diosa que maneja certeramente el arco.
- Esperad, ahora recuerdo algo que mi padre me dijo sobre mujeres de armas, dejadme recordar. Creo que él ha dicho algo sobre Tracia, decidme... ¿sois de Tracia?.
- Seguramente Zeus, vuestro padre os nombrará diosa de la curiosidad, no hacéis más que preguntar esto y lo otro. Mirad deidad, llevad los caballos a aquella altura, así estarán fuera del alcance de los bárbaros. Ya siento los cascos de las cabalgaduras de vuestros seguidores, de seguro han seguido nuestro rastro y pronto estarán cerca de nosotras.
Efectivamente, a pocos instantes, la horda ingresa al pequeño desfiladero y comprende que las jóvenes se han refugiado en alguno de sus refugios naturales. El jefe ordena entonces a sus hombres descender de sus caballos y establecer campamento frente a los posibles refugios ocupados por las jóvenes.
- Pues bien – dice la guerrera – ya nos han descubierto, ahora el jefe enviará a sus hombres a revisar los refugios hasta encontrarnos. Quedáos en silencio, subid a aquella roca, tendréis mejor vista y podrás avisarme si alguien se acerca por nuestro refugio.
Y sucede como lo ha pensado la joven guerrera, el jefe de la horda envía grupos de tres o cuatro hombres a revisar los posibles refugios que pudieran esconder a las jóvenes. Ellas permanecen en silencio, mas de pronto, la deidad señala a la guerrera que tres hombres se acercan al lugar donde ellas se encuentran. Los hombres, aun algo ebrios y descuidados, caminan confiadamente hacia el refugio de las jóvenes. Se acercan más y más, entonces la guerrera comprende que sólo queda atacar para defender la posición que mantiene. Al instante, la mujer de armas, carga su arco y espera el momento propicio para atacar. Uno de los hombres asciende a una roca para tener mejor visión, sin embargo esto le vale exponer completamente y descuidadamente su cuerpo. La guerrera espera a que el hombre se muestre de frente y cuando aquello se produce, tensa su arco. La flecha sale despedida a gran velocidad y susurrando terriblemente en el aire, con un golpe seco, alcanza al hombre a la altura del corazón. Este cae pesadamente víctima de la mortal herida provocada por la flecha que ha desgarrado el cuerpo de manera mortal y definitiva. Sus dos compañeros no caen en cuenta de que han perdido a uno de los suyos y continúan caminando descuidadamente en busca de las dos jóvenes. Así, se convierten, sin saberlo, en un nuevo blanco perfecto para la guerrera que ya ha cargado su arco nuevamente y lanzando su segunda flecha, alcanza a otro de los hombres que iban en su búsqueda. La deidad ha visto por primera vez como aquella arma terrible como es el arco, ha cobrado dos vidas de sus acosadores mortales. El tercer bárbaro ve caer a su compañero y enfurecido, ebrio y desesperado intenta alcanzar la altura donde se encuentran las jóvenes, mas una tercera flecha, con un impacto terrible, detiene de manera definitiva, su torpe e inútil intento.
- Pues bien - dice la guerrera – ya nos hemos liberado de tres de nuestros enemigos, venid aquí y descended de vuestra posición hermosa deidad.
- Lo que he visto, ha sido terrible, he de deciros.
- ¿Terrible? Aún nada habéis visto. Y no puedo perder mucho tiempo ni flechas, de modo que esperadme aquí, debo recuperar aquellas dos flechas, el primer hombre que eliminé ha quedado fuera de nuestro alcance.
La joven guerrera se acerca a los hombres que yacen en el suelo y con la ayuda de su daga desgarrando la carne de aquellos cuerpos, extrae las flechas. Guarda las saetas ensangrentadas en su carcaj y regresa sigilosamente al refugio original junto a Afrodita.
- Como sabrás, necesito de estas flechas para nuestra defensa, de modo que no sorprendáis por estos procedimientos de guerra.
- Está bien, no os censuraré, mas debéis comprender que no estoy acostumbrada a estas prácticas crueles propias de los mortales.
- Por cierto que os comprendo luminosa deidad del Olimpo, no creo que en vuestra morada de inmortales sucedan cosas como estas. Y ¿qué hacéis todo el tiempo allí entre dioses, diosas, musas y animales mágicos habitantes del Olimpo? Tenéis vida eterna, de modo que me pregunto en qué dignas tareas celestiales el tiempo infinito transcurrirá para ti.
- Zeus, mi padre, me ha dado al misión de ser la protectora del amor y la belleza. Por tal motivo los mortales elevarán sacrificios y oraciones en mi nombre desde los templos donde se idolatre mi imagen.
- Vaya, hermosa tarea os ha asignado vuestro padre, y de seguro también os casará con algún bello dios del Olimpo.
- Es natural que un dios me despose, y también es natural que mi padre determine aquel que se ha de convertir en mi esposo. En tu caso, ¿tenéis esposo o aun no ?
- ¿Esposo?, no lo comprenderíais querida diosa, no puedo tener esposo en esta vida.
- ¿No podéis tener esposo? ¿Por qué?, no lo comprendo. Sois una mujer muy bella, si vais a Atenas, podríais formar una familia distinguida. Mi hermana Atenea es la protectora de aquella ciudad y de sus habitantes.
- Esperad Afrodita, los hombres que han ido por nosotros buscando nuestro refugio ya regresan con su jefe. Mas los que he matado, por cierto, no volverán. Los extrañarán y de seguro centraran su interés en este punto, es decir, en nuestro provisorio refugio. Debemos vigilar nuevamente.
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