Lo espió en silencio, sin poder creer lo que veía; sus manos atrapaban el latido de ese cuerpo curvilíneo; perdido; con la respiración flotando al borde de su pelo, que iba y venía de los labios. No debí haber ido a tu trabajo; ni casarme; o tener dos hijos - murmuraba Clara encolerizada ante el engaño- Sus ojos pasaban por infinitos tonos de ira, mientras observaba al marido, con los pantalones amotinados bajo las rodillas; balbuceando palabras lujuriosas. El consultorio había quedado prendado de ese cosquilleo sexual, después de la contienda. Clara lo recorrió, detrás de una nube de tristeza; sus manos palpaban el itinerario de los cuerpos, que entre los muebles cambiados de lugar, habían extinguido sus pasiones. Un par de lágrimas brillaron, por debajo de las manos, que le sujetaban el rostro; y con el alma oscilando de dolor, partió rumbo a su casa.
Jorge entró con la misma voz de siempre; usando el traje gris, algo arrugado, que a ella tanto le gustaba. La cena flotó entre el alejamiento paulatino de ella, y las frases reiteradas de él; como si el mundo fluyera abrumado, en el recorrido de sus vidas. Después, la tele para distenderse, y el dormir bajo un ronquido constante, que la llevaba a la exasperación. Sin diálogos ni afinidades, habían existido el uno para el otro; colmando ahora la convivencia, con la suma del engaño. Ella se perdió en un sueño deseoso de felicidad; él, bajo los aullidos de su amante. Y en la premura de la noche, los dos cuerpos carentes, volaron paralelos por distintos hemisferios.
En la madrugada, el diariero vendió mucho más ejemplares que de costumbre. La portada principal, abría con este encabezamiento: “ Conocido doctor es detenido por el homicidio de su amante; ampliaremos”.
Ana Cecilia.
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