A esa hora del atardecer, en el parque sólo se veían parejas de novios que cariñosamente se contaban sus cuitas. Felipín, sin saber porqué, se encontró paseando por entre los bancos sin querer mirar descaradamente a ninguna parejita. De pronto, observó que en uno de los bancos, había una señora de muy buen ver, pero sola. Ojeaba una revista y miraba hacia un lado y otro, como esperando a alguien.
Felipín no se lo pensó dos veces y se sentó a su lado. Ella lo miró furtivamente y pareció sonreírle. Ël, casi de reojo, la recorrió de arriba abajo. “Sí que está buena”,-pensó. Podría tener cualquier edad, pero a nuestro amigo le pareció la mejor. Y como quiera que él, hombre poderoso económicamente, nada se le negaba con dinero, quiso poner lo en práctica.
La miró abiertamente. Ella también lo miró y le sonrió. Felipín se pudo percatar de que tenía unos labios incitadores, rojos y carnosos. “Se los tengo que besar” –Se dijo.
Cuando ella se lo quedó mirando curiosa, él de sopetón le hizo la propuesta.
- Señorita, le doy ahora mismo cien euros si me permite besarla.
Ella se lo quedó mirando nerviosa y giró la cabeza hacia ambos lados como comprobando que no venía nadie. Luego, con un gesto de conformidad contestó:
- Bueno...
Felipín sonrió. Aquello no fallaba nunca. Sacó el dinero que puso sobre el banco. Luego ante el gesto de ella de cerrar los ojos y ofrecerle los labios, los besó, separándose ella rápidamente.
Ya Felipín estaba lanzado. El dinero no importaba nada. Así que de nuevo se lanzó al ataque. En aquella ocasión se fijó en el generoso escote de la bella desconocida. Se insinuaban unos senos erguidos y sólidos.
- Señorita, le doy ahora doscientos euros, si me deja que acaricie su hermoso pecho.
La dama, tal como había hecho antes, miró hacia ambos lados y cuando comprobó que no venía nadie, hizo el mismo gesto de asentimiento y sólo dijo
- Bueno...
Felipín, con las dos manos acarició el pecho de la mujer, que instantáneamente se separó para tomar el dinero que el hombre había colocado en el banco. Poco a poco, Felipín todo enardecido, fue elevando sus peticiones llegando ya a inspeccionar casi todo su cuerpo, hasta que ya, todo exitado, no pudo aguantar mas, y tomándola por los hombros, le dijo con voz enronquecida...
- Pídeme, dime una cantidad y nos vamos al hotel para pasar una noche entera de amor. Vamos, vamos pon tu el precio.
Se lo queda mirando y sonriendo como ella sabía hacerlo le dice muy bajito:
- Hombre, por toda la noche... pues sesenta euros, como a todo el mundo.
Enduendao. 21-8-2005
|