Su herida transitaba ese momento en que la sangre aún se filtraba por la piel. Como un pequeño hueco se abría en todas direcciones para que aflorara el líquido viscoso. Él nunca había sentido ese dolor, y bajo un punzante gemido que lo aferraba a la realidad, se fue incorporando lentamente del suelo, tratando de recordar algo. Los rastros de tierra se habían adherido a la sangre, en una pintura impresionista rescatada del infierno. Con su mano rozó la tibia cicatriz que reinaba el borde de su frente, latiendo de pavor, mientras las piernas se le iban cerrando en un abismo interminable. Observó entre sus dedos el rojo de un adiós que lo pintaba todo, a la vez que el cuerpo se diluía en una sumatoria de huesos hacia el piso. Detrás, una bala calibre 38 permanecía inerte sobre un charco, el que había originado ese reciente tiroteo policial a la distancia...


Ana Cecilia.