1-08-2005
Cristo existe. No tengo duda en esto, por que la experiencia y la oración me demuestran inefablemente su ser, su Presencia. Aunque no se pueda demostrar la existencia de Dios, por ser algo que está más allá, por ser el Absoluto, Dios ha querido desde un principio estar con nosotros. El Absoluto puede tener otro sobrenombre, el Siempre Presente.
El estar Siempre Presente es una piedra de tropiezo, ya que el Absoluto como tal no pertenece a este mundo, y si lo hiciera dejaría de serlo. Pero el Absoluto, como Supremo Regidor, como el Dador de Sentido y Existencia, está siempre con nosotros. El Absoluto no quiere quedarse aislado de la obra creada, aunque en esta haya elementos perversos. El Absoluto siempre se da, por que en Él reside todo motivo de existencia, y no tiene prisa ni rechaza a nadie, por atroz que sea su crimen cometido.
Con el Absoluto, cualquier razonamiento, cualquier argumentación lógica, carece de sentido. Un hombre, sin más centro que su propia razón, piensa en su comodidad, o incluso en la comodidad de los demás, pero no se implica. El Absoluto siempre exige un poco más, que te dones a los demás. El Siempre Presente nunca te deja, ni te rechaza, te ama como eres, y eso precisamente quiere el Absoluto, que rechazando toda vanidad, seas libre en El.
4-08-2005
Otra de las características del Absoluto es su discreción. El que siempre está presente, casi nunca se nota su presencia. En este sentido es exigente, ya que pide un poco de tiempo para Él. Pero en eso no abusa para nada de nosotros, ya que si el centro de nuestras existencias, el motivo de nuestro ser, no tiene un momento nuestro, realmente ¿en qué puesto queda relegado en nuestra vida?
Cabe la siguiente pregunta: ¿cómo se ve a Dios?, ¿cómo se nota su Presencia? El hombre occidental, desde que divinizó la razón, sólo cree en la realidad que sus sentidos, o instrumentos, muestra. El mundo interno, con su imaginación, sueño, voces y susurros, queda relegado a un ámbito secundario, incluso inexistente. Dios, en su discreción, habita hay. Si todos nosotros tenemos al Absoluto como centro de nuestra existencia, ese es su lugar de residencia, el más profundo y escondido de los pensamientos, el susurro más leve de nuestra mente o ese sueño que se olvida cada mañana al levantarnos.¿Cómo se ve a Dios? Con exigencia, voluntad y fe.
Exigencia para estar tranquilos, parar un momento nuestra vida y ofrecérsela a su legítimo Dueño. Exigencia para escuchar cada uno de nuestros susurros mentales, porque uno de ellos es el iluminador. Exigencia para escuchar todo lo que nuestra mente sugiere, ya sea bueno o malo.
Voluntad para ser exigentes con nosotros mismos; voluntad de humildad, que tanta falta hace. Voluntad de querer encontrar a Dios.
Fe en que Dios está siempre contigo, y que siempre está en tu búsqueda. Fe en que lo imposible, lo mínimo, sea para nosotros nuestro centro de vida.
20-Agosto-2005
Yo solía pensar que el pecado es un fallo. El ser humano falla, bastantes veces, falla a sus amigos, familia y a Dios. Pero el pecado no es sólo un fallo humano. Es la ausencia de Dios. En la Humildad de Dios, que a nuestros ojos alcanza grados delirantes, incluso insultantes e incomprensibles, su Voluntad es tan sencilla, como despertar a un nuevo día y ofrecernos a Él, que rechazamos el camino suave y de vida que nos ofrece, para preferir hacer nuestras cosas. Realizar nuestras cosas, sin tener a nadie en cuenta, se puede llamar libertad. Este es un término muy en uso en nuestros días, que se puede abusar en demasía. En estos días se ha perdido toda referencia, y deferencia, a algo superior, y todo es según nuestra medida. Se ha perdido el sentido íntimo que tiene cualquier signo, o cualquier acto, para quedarnos con lo evidente. Esta falta de miras hace que nuestra sociedad sufra de una falta de espiritualidad. Nuestra alma, que existe y nos grita, para oírla hace falta estar a solas con ella. La soledad es necesaria a veces, el retiro voluntario del mundo es más necesario en estos días que nunca, para encontrarnos con nuestras voces interiores.
Los pensamientos que hay en nuestro interior forman parte de nuestra vida, y el escucharlos no nos convierte en esquizofrénicos. La locura que nos propone Dios no nos encierra en un psiquiátrico, sino que nos hace libres y nos da la vida eterna. En esta sociedad todos somos cobardes, nos da miedo enfrentarnos a nuestros miedos y dudas. Nos da miedo enfrentarnos a lo peor que hay en nuestra mente, y limpiarla da pereza. Esa es otra de las características de nuestra sociedad: la pereza.
Pero el alma nos empuja a la búsqueda de Dios, ya que su finalidad es la fusión con Él, y con Él somos libres, en Él todo tiene sentido, y en Él todo se comprende. En el tiempo que nos es dado, que debemos aprender a crecer en la gracia, a trabajar y a morir, se debe aprovechar cada segundo, para mayor gloria de Dios. Con esto quiero decir lo siguiente: hay que estar siempre vigilante, para en cualquier momento abandonar este mundo. La religiosidad no es para un mundo futuro mejor ni nada de eso, nos empuja a realizar lo mejor ahora, en este mundo, para manifestar la grandeza y la humildad de Dios, y aceptar su voluntad. Y en la aceptación de su voluntad está la hermana muerte, pero con Cristo, el Mesías, sabemos y esperamos en la resurrección. No sé como se hará, pero tampoco quiero que me lo revelen, Dios me libre de semejante gracia que en mi sería inútil. Lo maravilloso es descubrir que Dios no solo nos espera, sino que sale a nuestro encuentro, y nos borra toda culpa. Al principio si fuimos creados inmortales, no teníamos que trabajar para mantenernos vivos, e inocentes; el pecado original nos hizo humanos, y corruptos. Pero Dios, lejos de dejarnos solos, salió de nuevo a nuestro encuentro. Pero Dios hecho hombre, con su sacrificio nos hizo Hijo de Dios. Somos más que en el momento de nuestra creación. No tengamos añoranza de los momentos del paraíso, que si ahora sufrimos, trabajamos y morimos; lo hacemos con la dignidad de Hijos de Dios y Templos del Espíritu Santo. Si antes Dios se paseaba por el paraíso, ahora su presencia es cierta e incluso está en nosotros. Esta dignidad es la que nos hace que seamos puros, y la pureza no depende de nada de fuera, sino de nuestros pensamientos, obras y palabras.
Ya en otro momento se hablará de la castidad.
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