VIANDAS DE PRETÉRITAS MEMORIAS
¿Cómo comenzar este relato sin aquel acontecimiento, mi propia muerte?, se me hace inconcebible.
Ya me apodaban “General Extermino”, aquel personaje nefasto de toda literatura errada que exageraba todas sus anécdotas para que nadie tuviera duda de cuan gloriosa era su lucha, la que yo llamo: “La gran movida”.
Viviendo en una época de muerte y desolación, de la cual nadie se salva, nadie; ni los pobres, ni los ricos, y mucho menos yo, un pobre idealista desempleado, que vagaba por el mundo escribiendo sobre la muerte. Viviendo en una ciudad en la que las oportunidades abundan (según el presidente), oportunidades de robar a una anciana en plena caracas, o de meterse a la casa del vecino y desocuparla, o en muchos casos, de comprar y vender un pliego de papeleta de esa que no deja pájaro en tierra ni joven sin saber lo que es volar.
Sin tener rumbo, ni nada que perder, entre cuentos y poemas, me di cuenta de algo que cambiaría mi vida; mejor dicho, la acabaría, aunque dio igual, ni siquiera había empezado, y fue esto, el ver que no había hecho nada con mi vida, la que me llevó lentamente a esta fatal decisión, decisión que sólo había tenido que tomar en cuentos; pero es una mera ilusión, cuando se escribe sobre una pareja que se ama o que se odia en la que uno de los dos decide tomar una poción de veneno para acompañar a su amante en el sepulcro, es solo fantasía, la realidad es muy diferente, no existe pareja, no existe poción de veneno, y mucho menos un sepulcro; lo único que existe soy yo, por eso la cosa ya no se hace con una pluma de escribir, o con una olivetti, sino con tu propio cuerpo, soy yo el que decide la situación, y el que corre con la suerte de esa decisión, ya no es mas un simple personaje, sino un ser humano…Aunque qué gran cosa?, un ser humano!, es de mucho mas valor que Aureliano Buendía hubiera escapado del pelotón de fusilamiento, a que fusilen en plena plaza pública a Jorge Eliécer Gaitán. Aunque entre asesinato y suicidio hay de por medio una gran brecha como la decisión, hay algo mas importante, el placer de tener tu propia vida en las manos o tener la vida de otra persona en las manos, de cualquier forma, siempre se siente un gran poder. Es por eso que luego de haber llegado a ser autor de una gran matanza de personas, no queda mas remedio, que suicidarse, pues es el paso siguiente y tal vez final al que llega el ser en busca de total placer, poder y dominio de si mismo y de los demás; placer, poder y dominio total que tiempo atrás había decidido buscar y obtener.
Pero para mí no bastaba con ocasionar la muerte a algunos personajes, mi meta llegaba más allá de eso, mi meta era la exterminación total de la vida humana sobre la tierra, de ahí, que mis amigos me apodaran “General Exterminio”, aunque con burlas de por medio claro está. Nadie se podría imaginar siquiera lo que eso significaría para la humanidad entera.
Luego de ires y venires en este asunto de mi suicidio, en un cuchitril mas espeluznante que en el que vivía Raskolnikov, no el perro de Gonzalo, sino ese personaje idílico tan parecido a muchas personas que no dejan de parlotear ni un segundo, contando la historia de su vida, como yo, y que no significan nada en ningún lugar, ante el oscuro e infructuoso pasado que en ese momento recordaba, tan rápido como nací y tan ágil como cuando maté con mis propias manos a 36 personas en una avenida del centro de Bogotá, tomé una pistola, la cargué con una sola bala, una bala de oro que había colgado de mi pecho desde el día de mi bautizo, y simplemente halé del gatillo, un estrepitoso rugido del cielo se escuchó en toda la ciudad, mi laringe voló hacia el escritorio, y la sangre se esparció por todo el cuchitril, manchándolo todo. Los oficiales que recogieron el cadáver dijeron a los vecinos que no había sufrido, yo no les creí. Hasta me reí de ellos en su propia cara, mostrando mis dientes enrojecidos de sangre coagulada que colgaba de mis encías, y expeliendo un hedor casi encegecedor y ensordecedor de mi boca; así digan que era solo un olor, pero ninguno de ustedes estuvo allí para olerlo, verlo u oírlo; yo sí, y les podría detallar la cantidad de líquido proveniente de la vesícula biliar que expulsaron no sólo los vecinos presentes, sino también los oficiales del CTI que allí me trataban, pero no es mi intención que ustedes ensucien las páginas de este libro que tan costoso han pagado, así que omitiré estos detalles. Cuando chismosos, asqueados, personajes que refunfuñaban entre sí sobre quién era aquel sujeto tirado en el piso, aquel desgraciado que no llegará al cielo, por el peor de los pecados, arrebatarle el poder a Dios, creerse Dios, sentirse Dios, al hacer lo que solo él puede; matar, salieron de mi cuchitril, yo, desde un rincón apartado, me di cuenta de lo que había hecho, me había suicidado, que bien se sentía, yo, sólo, allí parado, sin nada mas por decidir, sin nada mas que hacer que deambular como alma en pena….yo estaba feliz, porque era Dios, y Dios estaba muerto, yo lo había acribillado durante toda mi vida, y fue solamente en el momento en que me disparé, que Dios murió, y yo con él. La muerte murió conmigo, las ideas de “La gran movida”, también, todo en lo que creía, todo lo que hice, todo murió conmigo, excepto el recuerdo de millones de ciudadanos que había matado durante mi vida, todos ellos habían esperado el momento de mi muerte para vengarse desde el otro mundo, y allí estaba yo, esperándolos, tan solo para darme cuenta que el otro mundo no existía, yo no estaba en otro mundo, estaba en el mismo, pero solo, idílicamente solo. Ese fue el fin. Mi fin.
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