La noche se mezcla con el mar más allá del horizonte,
Reflejando en ella mil locuras y tristezas que se han de depositar ahí,
A la dama de los vientos eternos.
Camina bella por la sombra mortal del abismo,
Aún no conoces tu dolor y lo profundizas confundiéndolo con el fuego del desierto,
Que en trizas queda y allá va con su velo caminando por sendas rocosas,
Parajes olvidados y bosques desiertos de insolación.
Es la sangre la que vas consumiendo por el sendero de lo etéreo,
Es cuán luz la cual no quisiste hipnotizar,
Son las yagas de estos versos que tan confundidos están
De la realidad.
¡Tú, pálida doliente, tú, quien llamas a la vida oscuridad!
Aquella vertiginosa que corre despavorida entre humos de la indiscreción,
La cual se han ido extinguiendo por el pasar de los siglos,
La que tú has de revivir en estos momentos
De suma tristeza, dolor y desesperanza.
Tu mundo que de papel y lápiz es,
Tu mundo al que nadie integras, más que letras inertes y decadentes,
Que nadie puede leer o percibir,
Porque son letras vacías y borrosas,
¡Sin vida, sin vida!
¡Pero como lloras mujer, y nadie oye tus fuertes gemidos de consternación!
Todo desaparece y luego vuelve a aparecer,
Todo danza en tinieblas,
Algo que no puedes evitar ni controlar,
Y que tu mente ha de despertar una vez más bajo la sombra de lo oscuro y prohibido,
Es el mar el que te hace respirar, hundir, y expirar…
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