La noche ha dejado de ser bella hace un buen rato, pero él se aferra a la esperanza de una última estrella, talvez escondida, que pueda asomarse e iluminar su mente. Parece no darse cuenta de que estamos en Lima, aquí no hay estrellas. Lo que tenemos, y en abundancia, es tristeza, él es un buen ejemplo. Sus zapatos lustrados de mala gana no logran reflejar la gloria del pasado, suelas y sueños gastados. Son sólo zapatos dice ahora pero hace algunos años solía deslumbrar a la gente por donde iba. No podía evitarlo, su ego lo envolvía en banalidades y él era feliz.
Repudia su hoy, en voz alta llama a la muerte y le pide que lo arrastre a su terreno, que se deshaga de su cuerpo vergonzante. ¿Hasta ahora no se ha dado cuenta de que él tiene el poder de hacerlo con sus propias manos? Evidencia de que no es lo que realmente quiere hacer pero le insisto. Yo estoy sentado a su lado, no espero que me mire ni que me escuche, en vano recito las bondades de estar vivo (ni yo mismo creo lo que profeso). Tengo la seguridad de que sabe que lo acompaño a todas partes. Mientras lleno mis pulmones de humedad, él se ha inclinado. Tiene la cara de frente al cielo, como esperando algo. La garúa me vuelve a distraer. No creo que le moleste mojarse, disfruta las menudas gotas sobre sus heridas, ojalá le sanen el alma y desista. No se ha movido durante las dos horas que lleva cayendo el agua. Y entonces habla:
Sí, el tiempo es injusto. Este mismo día, cincuenta y tres años más tarde, yo sufro mi nacimiento y no entiendo tu muerte. Mientras yo nacía a obscuras; en algún pueblo desvalido de la Sierra, desaparecido en el tiempo y espacio, tú agonizabas. Ambos gritábamos; ambos, de dolor. La poesía ha muerto. Ahora lo que siento duele y nada más, ya no soy nada sino dolor. Deja mi canto cosechando las tunas, mi ropa bailando en los espejos y deja ya de usar mi voz...
Me hace una seña con el índice y camina temblando al encuentro último con la incertidumbre: ¿cuánto tiempo tardará ese camión en traerlo hasta mí? Una vez más ambos gritamos nuestro dolor... Te tengo frente a mí, te abrazo y al fin descansamos.
Lima, diecinueve de julio de dos mil cuatro.
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