Despertó del sueño, acalorado y sudoroso; con los poros abiertos ante el miedo. La cama aún albergaba esa sensación hostil, que lo había atrapado durmiendo, difícil de extirpar del cuerpo. Paso a paso fue revirtiendo el contenido de la pesadilla; primero, tanteando los límites más cercanos; luego, irguiendo el peso de su espalda, hacia las piernas. La distancia hasta el baño, se hacía insostenible; arrastrando sus pies, aún dormidos, pudo alcanzar el lavamanos, para vaciar el agua de las palmas sobre su rostro. El espejo lo reflejaba cansado; pálido; con dos huecos terrosos debajo de los ojos, que lo hacían indescriptible. Entonces recordó la pesadilla, en espasmódicas fracciones de segundos; entre los gritos y las súplicas de una mujer. De pie, con su mirada perdida junto a la puerta del baño, trató de retener alguna imagen; pero todo caía dentro de ese mismo ensueño. El sabor del peligro, aún rondaba sus vísceras; cansado; anestesiado de vida; solo pudo volver sus pasos, para dejarse caer, sobre las sábanas azules del lecho.
La mañana volvió a iluminar su cuerpo tendido de pavor. Llano, cubierto de gotas grasosas, que rondaban el largo de su piel; bajo la herida del cuello, que se bifurcaba en dos canales sanguinolentos, sobre el maquillaje corrido de sus labios. En el espejo, la frase roja, de un labial espeso, decía: “ Todo terminó”. El forense reveló un caso de doble personalidad hermafrodita, como la causa de su muerte, aunque no quiso hacer más declaraciones.
En la radio, las noticias advertían el hallazgo de minifaldas; blusas de seda coloridas; pelucas y cosméticos varios, en el allanamiento hecho en su departamento; así como también una cuchilla, con sus huellas digitales.
Ana Cecilia.
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