En la violenta calma del que se despierta, del que vuelve a nacer –ojo de ciclón–, el polvo de estrellas lo hizo llorar.
Intentó distraer su temor con un poco de olvido, pero nada pasó, ni siquiera la angustia.
Se montó en una nube para ver las cosas desde lo alto. Agua que vuelve al mar, se vació al atardecer.
Armado con un rayo de luna quiso enfrentarse a la noche pero se durmió.
Se escurrió alegre con el rocío entre las hojas y se lo tragó la tierra.
Convertido en valor al servicio de una dama fue devorado por un dragón.
Formó un ejercito de soledades pero no encontró compañía.
Abrió un libro y fue sorprendido por la cultura.
Quiso volar. Saltó y se estrelló con su mala suerte.
Quiso descubrir. Abrió los ojos y cubrió con formas y colores el entendimiento.
Quiso saber y la razón se apoderó de su genio.
Quiso amar y sufrió.
Quiso vivir y –un día– murió.
Lo intentó todo de nuevo y todo se repitió.
Cansado, se rebeló.
Me vio a los ojos –ni miedo ni cariño ni dolor–, y en un instante, inesperadamente, se fue. Empujó mi pluma, se salió de mis hojas y se marchó.