Ahora con la mente un poco menos pensativa y las manos más inquietas soy capaz de desmembrar y retorcer estos pensamientos.
Aquella tarde, cuando las sombras danzaban en la habitación, buscando unirse en armonía, lejos de este mundo irreal, busqué que mis manos fueran al calor llameante por miedo al frío intenso de tu cuerpo. Busqué otra visión, que no fuera la de tu cuerpo que permanecía tumbado en la cama, un cuerpo que es capaz de hacer que un hombre sienta el poder de cientos de demonios cuando te abraza. Intenté huir de una voz que es capaz de hacer que un “buenas tardes” parezca un “vamos a la cama”.
Aquella tarde, cuando las horas pasaban lentamente, igual que la conversación, tuve que hacer de ti una amiga. Tuve que parecer un amigo. Tuve que reír, cuando realmente lo que me apetecía era llorar. Aquella tarde en la que me venció el peso del querer y el no poder, deseé llorar y, en cambio, lloraste tu por mi, y las aguas que manaban de esos ojos, me parecieron ríos calidos de extrema dulzura.
Cuando tuve que marchar sin ti, cuando todo lo irreal desapareció por el mísero sonido de una campana y un grito en el silencio, me dio un vuelco el corazón, ya no fui el mismo desde entonces, desde aquella tarde, anduve dubitativo por los rincones del mundo real, recordando lo irreal. Aquella noche…sonreí.
|