Velas encendidas retratando el momento 
del niño que concentrado escribe en sus cuadernos  
y del otro, más pequeño, jugando con sus manos a contraluz, 
velas encendidas iluminando el contorno de los muebles, 
de la habitación bosquejada en el claroscuro 
y en un rincón, acodada y mirando con desgano, 
tú, siempre tú y tus rabietas y tus maldiciones sordas 
entreveradas con la risa de los niños, triste confusión de sonidos 
y de sombras, de reproches, que de tanto repetirse, 
se quedaron mudos, en ese ambiente más propicio para amar. 
 
Te contemplo, escudada en esas sombras que parecen devorarte, 
semejas un espectro desolado y anclado en un rincón, 
no me miras y sin embargo me siento culpable 
de algo impreciso, a decir verdad ya ni sé de que me culpo 
y prefiero recorrer con mis ojos ese antro que simula ser hogar 
con mis hijos en su mundo, tú en el tuyo y yo en el vacío, 
una duda que crece a cada instante en mis propias tinieblas, 
un presente imperfecto, al trasluz de las mortecinas velas  
que juegan con las siluetas difusas de esta existencia yerta. 
 
A la luz de las velas mis hijos sonríen, un estudia, el otro juega, 
tú te levantas y arrastras un cúmulo de fantasmas ennegrecidos, 
yo hojeo periódicos carbonizados por las sombras, te miro, 
te alejas, presiento tus movimientos más allá de la escena, 
sollozas, te quejas y te recriminas sobre el lecho que cruje, 
acompañándote en tu desolación, la vela titubea 
y se suma al duelo de tu alma incomunicada, la vida no es fácil 
y lo es menos a la luz tremolante de las velas, suspiro, 
me interno en la fría garganta de la oscuridad, espero, no sé que espero 
y sin siquiera tratar de consolarte, me acomodo a tu lado 
y espaldas con espaldas, tú me recriminas y yo trato de huir 
en un sueño plagado de tumbas, me sumo en el pozo y muero 
mientras mis hijos, solitarios, hilan sus vidas a la luz de las velas… 
 
 
 
 
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