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Inicio / Cuenteros Locales / gritos / *†*La mujer de la melena roja *†*

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Todas las tardes y después de trabajar, Pedro pasaba por esa casa misteriosa, un poco descuidada, de color azul pardo, con un patio siempre cubierta por hojas marchitas que decoraban a esa casa que a simple vista parecía deshabitada.

Pero había rumores que en esa casa, habitaba una mujer que solo le habían visto su silueta dibujada tras la malla oxidada de su pequeña ventana.

Las malas lenguas decía que se trataba de una mujer muy hermosa, que salía todas las noches. Inclusive dijeron que llevaba unas botas negras así como su vestido, también dijeron que lo que mas resaltaba de ella era su cabello largo y rojo.

No quedando duda, que se trataba de una simple prostituta, y por no quería enseñar su rostro para no ser descubierta en alguno de los gajes de su oficio, así que muy pronto esos rumores sobre la verdadera identidad de aquella mujer tan extraña, se fue extendiendo en todo el pueblo.

Pedro quedo fascinado con esa historia, y mas que un día mientras pasaba, al parecer vio que una persona lo observaba desde esa ventana de la casita azul.


Él era un hombre de apariencia no tan agradable, con una timidez enorme como lo es su gordura, tenia como 30 años de edad y vivía en la misma calle de esa casa con su madre.

Pareció ser seducido por esos cuentos, que ahora se habían convertido en leyendas, pensando en esas historias que le habían contado sus amigos, pensando en esa extraña mujer y mas aun, cuando quizás producto de su imaginación, también logro verla por unos segundos.


Ese día que salio del trabajo. Algo parecía inquietarlo, ya que se mostraba mas nervioso que de costumbre, tenia un raro presentimiento, y un escalofrió recorrió todo su cuerpo en el preciso instante que pasaba enfrente de esa casa azul, camino un poco mas despacio, para poder observar con detalle la ventana y esperar con ansia, mirar la silueta de aquella mujer.

Cuando aparto la vista de frente, y vio el horizonte de la calle, pudo mirar los últimos instantes de un sol apunto de ocultarse, y se quedo paro para no perderse ningún detalle de ese espectáculo tan hermoso… tuvo una vaga sensación de que esa era la ultima puesta de sol, que presenciaba.

Nunca las había visto con tanto detenimiento como esa vez, pensaba que las puestas de sol, tan solo eran para los enamorados, él… nunca se había enamorado, o eso siempre decía, o tal vez era un pretexto al ver a las mujeres apartarse de su presencia.

Cuando el sol se oculto completamente, dio otro vistazo a la ventana de esa casa, y empezó a caminar, hasta que escucho un ruido chirriante que hacen las ventanas viejas de madera, lo que hizo voltear involuntariamente su cabeza a la dirección de la casa azul, y ahí estaba de nuevo… la silueta de alguien, tras esa malla oxidada.

Pedro se quedo parado observándola, como si sus ojos pudieran arrancar esa malla que nublaba su vista, para poder verla y distinguirla, hasta que esa silueta rápidamente desapareció. Sin embargo, la curiosidad de Pedro, hizo que se acercara a la puerta, y aunque estaba sumamente nervioso empezó a tocar con golpes irregulares y lívidos a la puerta, no tardo ni 5 segundos, cuando escuchó la perilla que lentamente la abría…

El cuerpo gordo de Pedro, empezó a temblar, de nerviosismo, de pena, de emoción y sorpresa, al ver aquella mujer… pálida, pero sin verse enferma, y esos ojos verdes ocultos en unas cejas hermosas, dando un aspecto lúgubre la débil delineación con rinel en sus pestañas…

Que contraste hacia esa piel blanca con su cabello rojo, con sus ojos verdes delineados y con su vestido… tan negro.

—Ho, hola— dijo Pedro, tartamudeando…
— ¿Qué desea?—con una voz suave pero profunda, delicada pero fuerte, hablo esa hermosa mujer, Pedro quedo hinoptizado con esos ojos verdes.
— ¿Qué desea?—volvió a preguntar, Pedro se armo de coraje, apretó sus puños sudosos y gordos y empezó a hablar…
— ¿Cómo se llama?...
— ¿Para que quieres saber mi nombre?—pedro ya no supo que decir, solo quería correr de ahí.
— Esta bien, me llamo Luisa, ¿y el tuyo?—La tensión de la platica disminuyo, parecía que todo volvía a la calma, haciendo que Pedro dejara de sudar y temblar.
— Me llamo Pedro… ¿Por qué nunca sale de esta casa?...—jamás se imagino que se iba a atrever a hacer esa pregunta, sin embargo con movimientos suaves, Luisa hizo ademanes para que entrara. Y aunque su pregunta había quedado en el aire Pedro sin vacilación la siguió.

Su casa era muy fría, el ambiente olía a humedad, y estaba completamente oscura, pero el reflejo de la poca luz que el sol había dejado, penetraba la pequeña ventana, y como la casa era pequeña, todavía lograban distinguirse algunos muebles, que estaban viejos y polvosos, quizás carcomidos por las termitas. Toda la casa mostraba una soledad incomparable, realmente parecía que no vivía nadie ahí, estaba tan abandonada.

— Siéntate—dijo Luisa en un tono frió
— ¿Por qué vives encerrada y nunca sales?
— ¿Para que salir? Aquí estoy bien y no me siento encerrada, al contrario— le contesto luisa.

— Sal a la calle, nadie te conoce, y creo que soy la primera persona que te ve, eres rara y misteriosa y debo admitir que también muy hermosa. — Al decir eso Pedro se puso rojo de la pena, aun no sabia porque tenia tanto valor en decir palabras que jamás en su vida había pronunciado, quizás ella era diferente, sus ojos lo cautivaron tanto y empezó a olvidar que cada ves que alguien lo cautivaba, salían corriendo.

Ahora era diferente, se sentía raro al estar a solas con alguien, y mas que ese alguien fuera una mujer, y mas si esa mujer fuera tan hermosa coronada por una gran melena de color rojo.

—No me gusta salir, toda la gente me parece muerta, patética, aburrida.
— ¿Por qué dices eso?
—Porque lo se.
—pero te ves muy joven.
—Gracias, también lo se… oye.. ¿te gusto? — Nunca hubiera dicho eso, a Pedro le subieron todos los colores a su regordeta cara, y empezó a sudarle las manos de nuevo.
—Ya te dije que eras hermosa…— Luisa le tomo de las manos
— ¿te puedo hacer una pregunta? — lo miro fijamente con esos ojos verdes, como si lo quisiera hinoptizar con algún poder mental.
—di.. di..me— Pedro no aguantaba mas, quería devorarla, pensando en cuanto daría por destruir ese cuerpo tan grotesco que la naturaleza le dio… cuanto daría por estar mas cerca de ella.

— Quizás te confunda esta pregunta, pero… ¿crees que el placer, mate a las personas?....
— perdón… ¿Qué dijiste?
— Si es cierto que el placer mata…
— No lo se…— en un tono triste le contesto— en realidad, creo que nunca e sentido placer. — Sin decir palabra, Luisa le jalo suavemente de la mano, Pedro, no sabia que hacer, y solo se limito a que lo guiara, y tras abrir una puerta se dio cuenta que estaban en algún tipo de dormitorio. Luisa saco algo de un cajón, parecía que eran fósforos, y empezó a encenderlos iluminando irregularmente el cuarto oscuro. Encendió a su vez varias velas que estaban en un soporte, dando luz a esa habitación… en la que había una cama enorme con sabanas blancas, el soporte y un pequeño armario, también polvoso y viejo.


— ¿Has estado con alguna mujer? — Diciendo esto Pedro voltio a verla y se quedo sin aliento al ver la maravillosa forma que se había convertido con el la amarilla luz de las velas. Su cabellera roja, ahora totalmente suelta, tan lisa y tan larga, que parecía dar hasta su cintura. Haciendo juego con el vestido negro que tenía que se confundían con la oscuridad tímida y escondida de su cuarto.


— No—solo alcanzó a decir eso.

—Ven, acércate a mi— y como si fuera una orden, pedro comenzó a acercarse lentamente, hechizado por su voz.

— Ahora… quiero que me toques… hazme lo que quieres, es tu oportunidad. Si te estorba el vestido, puedes quitármelo. — la respiración y confusión de Pedro comenzó a ser insoportable, empezaba a jadear, sus ojos se desorbitaban, y aun no concebía que esto estaría pasado, por un momento pensó que se trataba de un sueño o de otra cosa, y ni siquiera lo mas racional de su mente, admitía que este momento estuviera pasando, ya que todo era demasiado rápido.

—¿o quieres q me lo quite yo? — dijo luisa bajando lentamente el cierre de su vestido y con movimientos rápidos, en un segundo había quedado completamente desnuda.
Su forma, su cuerpo era tan perfecto.

Pedro comenzaba a mostrar los efectos que todos los hombres presentan cuando pasa este tipo de situaciones… por fin se acerco a ella, quería tocarla, no por el solo echo de que estaba así, quería comprobar que realmente existiera, que no fuera otro mas de sus sueños, quería olerla, ver con claridad esa perfección cubierta por luces de color amarillo de las velas. Y así lo hizo. Torpemente, pero lo hizo.

Unos brazos largos y delicados, una espalda exquisita, unos senos sublimes y un vello púbico del mismo color de su cabello, rojo como su lengua, rojo como su sexo.

Ahora Pedro había comprendido que era real. O eso sentía, también comprendió lo que tenia que hacer… y aunque su falta de experiencia hizo que lastimara un poco a Luisa, eso no importo, su extrema gordura, sus manos pesadas, tampoco importaba ahora. Él estaba con una diosa, ahora ya su lentitud había desaparecido, solo se veía fuerza, bestialidad, coraje… y tal vez un reflejo de un amor, que se perdía con el reflejo de la roja cabellera de Luisa. Puede decirse que elimino toda su ruina mental que tenia, cada entrada a ese lugar enigmático, era algo perturbarte, y al final pareció derramar su vida dentro de ella.

Cerró los ojos… y cayó profundamente dormido como si estuviera muerto, pensando que ahora en adelante ya nada tenia importancia, mas de lo que había echo en ese momento.





Algo lo hizo despertar, cuando la observo ahí estaba ella, de espaldas y delante del armario.

— Buenos días Luisa— ella no contesto, así que se paro y sintió como una especie de vértigo muy raro.
—Las primeras veces es así, ya te acostumbraras con el tiempo… tendrás una eternidad para aprender.
— ¿Acostumbrarme de que? — Pedro camino hacia ella, todavía hermosa como la noche anterior. Sus ojos verdes parecían resaltar más, pero su expresión de la boca había cambiado, en ella se dibujaba una sonrisa.
—Te tengo que decir algo... yo… estoy muerta, y tú también.--- solo se escuchaba silencio…
— ¿Qué?
—Recuerdas que te dije ¿que el placer puede matar?
— Si…— contesto Pedro un poco confundido.
— Pues ahora voltea atrás de ti... mira la cama.

Su vista recorrió poco a poco cada centímetro del lecho, estupefacto, empezó a temblar como siempre lo había echo, ya no era de sorpresa… ahora era de miedo,… al observar un montón de huesos esparcidos en la cama y un hombre desnudo que su gordura lo hacían ver grotesco y sin forma… ese hombre que estaba abrazando a aquellos huesos amarillentos. Y que incomprensiblemente también estaba al mismo tiempo con esa mujer hermosa de ojos verdes que contrastaban con el rimel negro de sus pestañas.

— Estaremos juntos, veras que todo pasara…. —dijo Luisa.

En este momento Pedro no la escucho, solo sentía terror, al comprender que estaba muerto… quizás ahora eso no importaba…. Y aunque su madre lo estaría esperando… su alma tendrá toda la eternidad para comprenderlo, tal vez esa mujer le ayudaría, esa mujer que sonreía diabólicamente y de una melena roja incomparable…

Texto agregado el 19-08-2005, y leído por 180 visitantes. (0 votos)


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