Ya estaba muerta; ya tenía las manos bañadas de sangre. Sin embargo, un zumbido atroz y despiadado calcinaba mis ideas y mi lucidez. ¿Qué podía hacer con su cuerpo? Tal vez esperaría la medianoche, cuando todo el pueblo estuviera durmiendo y buscaría un buen descampado para enterrarla, sin testigos, sin ojos delatores. Aún es mediodía, pero en mi corazón, manchado de sangre diabólica, se vive una noche oscura desde que cogí ese cuchillo. Ahí le veo el rostro, con una expresión indecible de dolor, de amor muerto, muerto desde hace tiempo. Tanta pasión y ahora ella muerta; tanto goce, y ahora su sangre corriendo en esta bañera.
No lo puedo hacer: mi origen cobarde corre por mis venas y me deja petrificado del horror cuando veo a la gente celebrar con una banda al santo patrón del pueblo. ¡No puedo salir así! La gente, sus risas, la fiesta, el jolgorio sólo excitan más mis ánimos. Su cuerpo yace desnudo en la bañera del baño del sótano y lo sigo viendo, su níveo pecho que tantas veces me dio cobijo, su sexo inerte que fue mi razón de ser por las noches. Aún así, siento que mi cuerpo repta por esas mohosas rutas de la libido. No me da asco, no siento nada. Sobre su cuerpo mato a esos demonios.
Quizás sí pueda –con la mente más tranquila ya puedo pensar- desintegrar su cuerpo, sus grasas, sus músculos, con un ácido concentrado. Tengo que hacer el intento ahora que las bandas de músicos alegran esta noche de fiesta para esos detestables mortales. Siento la explosión de sus carcajadas y siento ganas de vomitar. Los guantes, el latón, todo está listo y le digo adiós a su cuerpo que tantas veces me dio placer. Le digo adiós a esa bruja maldita, a todos sus mejunjes y todo el vudú que instaló en mi casa, en mi sótano. Por fin le digo adiós a su hermosa cabellera que se hace líquida, mal oliente, a su pestilente cuerpo que ahora es una masa amorfa, a sus manos que clavaron agujas en muchos cuerpos, que mataron tantos animales negros, y que le rezaron tantas medianoches a Satán en persona en éste sótano. ¡Cómo la amaba! ¡Cómo la deseé! Pero, esta tortura de saberla demoníaca a mis espaldas era muy hiriente. La maté para que ella no lo haga luego.
Ahora le digo adiós a sus huesos, sus infieles huesos, que destrozaron mi honra y que planeaban matarme para quedarse con el hijo de puta que se burló de mí en mi propia cama. Yo lo sé, pues el penetrante olor de otro bañaba sus senos de matrona, su sexo desaforado y mis sábanas. Cuando lo encuentre lo cazaré como perro. Es asqueroso este olor, es nauseabundo, como el olor del otro en la propia cama. De sólo pensar en sus risas, en sus miradas… Los fuegos artificiales empiezan a azotar el cielo y yo empiezo a liberarme de mi martirio. Su cuerpo, hecho ya una sopa humana, estaba en el drenaje. Mañana visitaré a ese malnacido para que corra la misma suerte. Aún tengo suficiente ácido.
Más fuegos y vivas. La gente alcoholizada lanza bombardas muy cerca de mi casa. Una alcanza el techo que es de madera. La vieja casa colonial es un carbón gigante que se consume rápidamente. Ya estoy perdido: no hay salida. Es obra de ella, lo sé. Estoy contra una pared. Una llamarada inmensa se acerca a mí… es su carcajada. Ella también reclama mi vida. Me lleva otra vez hacia su infierno.
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