Trémulamente trataba de sacar un cigarro de uno de sus bolsillos. Miraba constantemente a su alrededor, como si estuviera buscando una respuesta. Estaba Miguel sentado en una plaza de regular tamaño que se extendía por casi una cuadra. Aquél lugar era bien frecuentado, especialmente en esas fechas de verano durante la noche donde la gente salía a respirar un aire más puro o simplemente los veraneantes iban a pasar un buen rato o a conocer más personas.
Miguel estaba sentado en el lugar más central de la plaza, pero en su mirada se notaba el deseo de que nadie lo viera, como anhelando ser invisible. Estaba descansando en el escaño revolviendo su chaqueta de cuero negra con un cigarro apagado en su boca observando pasar a las familias y a los niños jugando en la pileta central. Era una noche bulliciosa y parecía que la temperatura iba en aumento a juzgar por su frente cada vez más empapada de sudor.
Miguel ahora miraba hacia sus espaldas, en dirección al reloj de la imponente iglesia que se veía tras él. “Todavía es temprano” se repetía una y otra vez.
Ahora sacaba un encendedor barato de sus bolsillos. Puso sus manos en posición de prender el cigarro y a la vez evitar el viento, y trató infructuosamente de sacar llama al encendedor una y otra vez, pero éste se rehusaba a prender. De lejos podía apreciarse las chispas que saltaban del encendedor, que ahora movía enérgicamente en el aire todavía con el cigarro apagado en la boca. Estaba en esta operación cuando siente una voz femenina que le dice suavemente: “¿Problemas de fuego?” Extrañado levanta lentamente la vista hacia su lado derecho, de donde provino la voz, y encuentra a una joven de pie con cara amable y con un encendedor prendido que esperaba avivar un cigarro. Miguel acerca lentamente el cigarro al fuego, lo prende, da una pequeña bocanada al aire y responde retraídamente un “gracias”. La joven que se encontraba de pie, sin apagar el encendedor extrajo un cigarro de su bolsillo y lo prendió. Luego se sentó en el mismo escaño donde estaba Miguel, exhaló suavemente el humo y dijo:
-Bonita noche.
Miguel miró de soslayo apreciando mejor la cara de la persona a su lado y respondió:
-Así es.
-Va a ser una bonita y calurosa noche –decía la joven mientras miraba hacia la pileta central-. No hace mucho que se oscureció y mira como se encuentra esta plaza, llena de gente. Y parece que tú tienes harto calor -comentaba mientras soltaba una fumarada corta.
Miguel se tocó la frente y se dio cuenta que la tenía humedecida. Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos, se secó rápidamente y lo regresó a su lugar.
-Gracias –respondió.
-Parece como si estuvieras en otro mundo. Te noto muy preocupado. Ah, y yo soy Andrea –dijo la joven volteándose hacia Miguel.
-¿Qué cosa? –respondió éste con cara confusa volteándose a la vez hacia la joven.
-Que yo me llamo Andrea.
-Ah, disculpa. Es que estaba pensando en otra cosa.
Miguel se puso en su posición original y continuó mirando hacia adelante. Andrea seguía observándolo fijamente y dijo:
-¿Y tú...?
-¿Yo qué? –dijo mirando hacia su lado como si hubiera olvidado que había alguien allí.
-Qué como te llamas.
-Miguel –respondió escuetamente.
-Parece que no eres muy comunicativo o tienes serios problemas motores de lenguaje...
Miguel parecía no haber escuchado esto último, solamente fumaba y miraba hacia adelante con los codos apoyados en sus piernas.
-¿Qué edad tienes? –preguntó Andrea apoyando una mano en la espalda de Miguel, pero este al estar desprevenido se asustó y dio un pequeño salto en su posición-. ¡Discúlpame! No pensé que estuvieras tan nervioso –acotó la joven un tanto extrañada.
-Las disculpas deberían ser mías, lo siento. Lo que pasa es que estoy muy ocupado mentalmente, tengo harto en que pensar, pero me haría bien un pequeño relajo -señaló mientras aplastaba el cigarro contra el piso-. Todo esto ya me tiene al borde de una crisis nerviosa.
-Sipo, te noto súper tenso. Así que mejor empezamos de nuevo: yo soy Andrea y tengo 19 años, ¿y tú? –dijo inclinando ligeramente su cabeza hacia a un lado.
Miguel a ver esta expresión soltó una pequeña risa. Retomó profundamente el aire y respondió en una actitud muy formal:
-Yo soy Miguel, tengo 21 años y soy escorpión.
Al escuchar esto Andrea soltó una risotada que acompañó Miguel con la suya, aunque sonaba algo forzada.
-Así que estabas en este mundo –bromeó la joven.
-Sí, es que tengo algo que hacer en un rato más y estaba súper concentrado –dijo mientras se volteaba para poder apreciar mejor el puntual reloj de la iglesia.
-Deja esas preocupaciones a un lado y conversemos un rato mejor.
-En eso estamos ¿o no?
-Sip. ¿Quieres otro? –prosiguió Andrea ofreciéndole la cajetilla de cigarros.
-Bueno, total uno más o uno menos, da igual –respondió accediendo a la invitación.
-Sipo, si al final todos nos vamos a morir igual de algo.
Miguel levantó la vista mientras iba a encender su cigarro.
-En eso tienes toda la razón –dijo.
-Ya, no nos pongamos trágicos. Y dime, ¿tú no eres de esta ciudad, verdad?
-O sea, yo no vivo acá, pero siempre vengo a pasar mis vacaciones donde mi abuela, desde que tenía como esa edad –dijo Miguel apuntando a un niño que jugaba con agua en la pileta que apenas alcanzaba, incluso parado en la punta de sus pies.
-O sea, estamos en las mismas.
-¿Cómo es eso?
-Que yo también vengo todos los veranos para acá desde que tengo conciencia –al señalar esto se apreció una sonrisa en sus tiernos labios.
-Mira tú, que chico es este mundo.
-Para que veas. Y dime, ¿adónde es que vive tu abuelita?
-Dos cuadras más abajo, al lado de una panadería.
-¡¿En serio?!, ¡Yo me quedo siempre al frente de esa panadería! Me tinca que nos conocíamos de antes. Si siempre veníamos para acá tendríamos que habernos cruzado más de alguna vez yo creo, no sé, en algún juego de chicos, en la piscina, incluso quizás en la misma panadería...
-Es posible...
-¡Qué entretenido es encontrarse a alguien que está en la misma situación que una...! –dijo dando unos pequeños aplausos.
Miguel la miró y no dijo nada.
-Igual es fome este pueblo, nunca hay nada para hacer –rezongaba ahora Andrea con el ceño fruncido.
-Yo estoy acostumbrado a estar solo, así que no me afecta mucho –hablaba Miguel mientras echaba una mirada perdida al cielo.
-¿Y por qué dices eso? ¿Tus papás te tienen botado?
-No tanto por partes de mis papás.
-¿Entonces?
-Simplemente me siento solo, eso es todo.
-Para mí que ocultas algo tras esos ojitos...
-Cada uno oculta muchas cosas tras sus ojos y en su corazón, diría Felipe González.
-Pero eso esta mal, eso de ocultar, lo mejor es soltar todo lo que uno tiene y yo creo que mejor se lo cuentas a alguien... –dijo Andrea con una mirada intencionadamente inocente.
-No te gustaría saber. Mejor no te metas en las patas de los caballos, que puedes salir herida, y tú me caíste súper bien como para lastimarte.
-Nah, si nada es tan grave en esta vida...
-Depende de la persona –interrumpió Miguel-, hay cosas para ciertas personas que le significan la vida, por ejemplo el azúcar para un diabético. Para ti una cucharada de azúcar es tan inofensiva como el agua para un pez, pero para un diabético eso puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
-Ya te estás poniendo trágico, si no es para tanto tampoco. Yo hablo de otras cosas...
-Viste, en estos momentos me estás diciendo que mis problemas no son tan importantes –comentó en un tono molesto-, y quizás eso es para ti una cucharada de azúcar pero para mí puede hacer la gran diferencia.
-Lo siento, no quería molestarte, pero lo que te digo es que yo te puedo ayudar.
Miguel volteó lentamente hacia Andrea y en sus ojos se podía ver un pequeño odio incipiente que aumentaba con celeridad.
-Sé que soy una extraña –replicaba Andrea-, quizás nunca más nos veamos, pero yo te digo que he ayudado a mucha de mis amigas y tengo experiencia en todo tipos de problemas, así que cualquier problema que sea yo siempre he podido ayudar...
-¡¿Y cómo mierda me piensas ayudar?! –elevó bruscamente el tono Miguel con los ojos exaltados.
Andrea al ver esta cruda y sombría expresión se movió rápidamente hacia atrás, subió los pies al escaño y se afirmó del respaldo.
Miguel al ver el aterrorizado gesto de la joven, se conmovió y despertó de su corto trance. Luego se volvió a sentar en su lugar, respiró muy hondo y dijo pausadamente:
-Lo siento. Para variar estoy perdiendo a la gente que se quiere acercar... Por favor te pido que me disculpes, no fue mi intención... –decía cabizbajo mirándose las manos que tenía sobre sus piernas-. Es que estos momentos son aquellos en que nada más importa.
-Creo –respondió Andrea en tomo amable y plácido-, que a la gente como tú hay que ayudarla en vez de dejarla sola, y sé que tú eres una muy buena persona.
-No lo soy.
-¿Cómo que no? ¿De que hablas? Tú eres víctima de ti mismo, no te dejas ser feliz, te reprimes ¡y el resto de la gente ayuda a que seas así! –dijo levantando la voz para alejar a los curiosos que se habían acercado con el grito anterior de Miguel-. Por lo que conozco puedo decirlo con toda seguridad.
-Tal vez, pero creo que tienes razón en esa parte de la gente... Me presiona mucho la sociedad.
-Es que dejas que te presione, pelea contra la corriente, ¡tú puedes!
-No sé porque dice todo eso tan bueno si me conoces hace un rato. Has visto que estoy mal de la cabeza pero no sabes de lo que soy capaz.
-No digas esas cosas, sé que eres una buena persona y me has llegado directamente al corazón –dijo sosteniéndole la mano a Miguel-. Sé que estás mal, yo paso por lo mismo. ¿Sabes?, yo te voy a acompañar durante todo este difícil trayecto.
-¿Hasta el final? –dijo Miguel los ojos ligeramente humedecidos.
-Así es, hasta el final los dos juntos –confirmó la joven poniendo la mano de su acompañante entre las suyas para luego llevárselas hacia su frente.
-Siempre había esperado a una amiga como tú... Así que ahora es cuando nos vamos directamente hacia el final...
-No digas eso, que la esperanza existe y nos queda mucho por vivir juntos.
Al decir esto Andrea rodeó con los brazos a su nuevo amigo y le dio un abrazo ceñido y se mantuvieron así durante unos segundos. Pero al incorporarse la joven había percibido algo raro en el cuerpo de Miguel.
-¿Qué es esto? –le preguntó palpándole el pecho- ¿qué es lo que tienes guardado ahí?
-En palabras fáciles y para no enredarte, es simplemente una bomba.
-¿Qué estás diciendo? –preguntó preocupada.
-Yo aquí hoy he venido a morir, junto a toda esta gente –dijo señalando con la mano a su alrededor.
-¿Qué estás diciendo? Miguel, me estas asustando... –apenas se escuchó Andrea con tono de miedo en la voz que la hacía quebrarse.
-Eso simplemente, que toda esta gente debe morir. No saben que sus vidas valen nada, y sólo están acá para hacernos la vida imposible a gente como nosotros.
Andrea estaba sorprendida. Solamente atinó a decir:
-Miguel no lo hagas...
Con esta última frase trató de moverse unos centímetros hacia atrás pero Miguel inmediatamente la afirmó de un brazo, tan fuerte que parecía una tenaza de hierro triturando a un cangrejo.
-¿No dijiste que me acompañarías hasta el final?
-Sí, pero...
-¡Pero qué! –gritó Miguel-. ¡Tú me dijiste que me ibas a acompañar hasta el final! ¡Tú dijiste que querías saber mis cosas! –hablaba jadeante con menos aire cada vez y con gesto perdido-. No me digas que no, tú misma lo dijiste. Además dijiste que pasábamos por la misma situación y yo no veo ningún motivo para seguir adelante ¡y menos a estos imbéciles que están alrededor! Míralos bien, son patéticos, dime que quieres tener una vida como la de todos: estudiar, trabajar, casarte, hijos... ¡Todo eso es una mentira, es una basura!
-Pero yo lo quiero así, Miguel –sollozó Andrea con lágrimas descendiendo rápidamente por su rostro.
-Eso no es felicidad. Mira aquí esta lo que vale –señalando una palanca y un gatillo unida por un cable a su cuerpo-. Cuando tire de esto yo voy a controlar el destino de todos ellos, seré su dios –añadió con los ojos ardiendo.
-Pero ellos no tienen la culpa...
-En cierta forma todos tenemos la culpa, siempre somos todos culpables, sólo que no nos damos cuenta cuando dañamos a alguien Andrea Natalia Escobar Vera...
Andrea miró más que estupefacta a su captor.
-¿Cómo es que sé tu nombre? Te mentí en eso de que yo no te conocía. Sí sé donde vives, cuanto te quedas, a que hora sales. Siempre estoy esperando a que tú llegues a tu casa, te espío por la ventana. Hemos estado innumerables veces comprando juntos ese pan del rincón que te gusta tanto en la panadería; en la piscina siempre nadaba cerca tuyo con todas tus amigas, incluida la pelirroja que no sabía nadar; hasta me subí hasta una montaña rusa cuando recién había comido cuando lo hiciste con esos amigos tuyos que son mayores que tú y que los conociste en la playa...
Andrea estaba más perpleja aún, que no le podía salir el habla. No podía creer lo que escuchaba. No entendía como esa persona que acaba de conocer sabía tanto sobre su vida. Sólo lo miraba fijamente.
-No te esfuerces por acordarte quien soy –dijo burlonamente Miguel-. Para ti nunca existí hasta hoy. Nunca supiste que estaba vivo, sólo ahora que estoy con un dedo en el gatillo soy importante para ti. Pero no te creas el centro del mundo. Esto no lo hago por ti, sólo fue una coincidencia el que pasaras por acá. Yo quería que tuvieras una vida feliz, te dije que te fueras, pero no, tenías que ser porfiada. Dijiste que me ibas a acompañar así que ahora cumplirás tu palabra.
-Por favor no lo hagas... –murmuró la joven llorando y sosteniéndole una mano.
-Ahora que me tienes miedo, yo soy el importante, ¿cierto?
-No me juzgues por el pasado, yo no quería hacerlo... –dijo ahora Andrea en el piso frente a Miguel.
-Tienes miedo...
-Sí, ¡tengo miedo a la muerte! Por favor no lo hagas. Nunca fue mi intención. Que más quieres que te diga... Salgamos de esto juntos, vamos a buscar ayuda, tú no estás solo en esta vida como dijiste. Hay mucha gente que te quiere, que te va a dar una esperanza, hay mucho por qué vivir, la vida es bella...
Miguel estaba con la cabeza gacha y sus facciones eran semicubiertas por la penumbra, aunque se le notaba una mueca mordaz. Unas lágrimas se veían correr de vez en cuando salir de sus ojos y perderse en el aire.
-Vamos a vivir juntos, derribemos a esta gente pero de una buena forma. Demostrémosles que somos capaces de salir adelante sin su ayuda, que nosotros somos grandes personas y que podemos enfrentar todo esto –replicaba Andrea.
Miguel levanto muy lento la cabeza, miró al cielo, respiro hondo y con gran indeferencia encendió un cigarro.
-Nunca nadie me había hablado de esa forma antes. –dijo exhalando el humo prolongadamente.
-Es que nunca te habías encontrado con gente como yo. Conmigo puedes ser tú mismo, ahora que te conozco no necesitas usar una careta.
-Nunca ocupé una careta, siempre fui yo, por eso estoy tan solo. Para pertenecer a esta sociedad necesitas de una buena careta.
-Deja todo ese odio atrás y seamos felices –dijo mientras se ponía de rodillas y tomaba sus manos.
Miguel miraba alrededor a toda esa gente que caminaba sonriendo y a todos esos niños que corrían y saltaban en el pasto. Se escuchaban ahora las campanas de la iglesia que inundaban todo el lugar con su majestuoso y ensordecedor ruido.
-Nadie había sido tan amble conmigo nunca. Tú eres la primera persona que lo es. Te lo agradezco –dijo Miguel besándole la frente a Andrea.
Luego de adoptar su posición original de pie y dirigir su mirada al horizonte prosiguió:
-Eres una bonita persona pero este es mi destino que se enredó con el tuyo. Este es nuestro destino: es el terminar aquí juntos –empezó a subir el tono con ojos flameantes- ¡y demostrarle a este mundo de lo que somos capaces, sobre todo yo, un desconocido para ti!
Andrea se paró violentamente, afirmó la cara de Miguel con sus manos, acercó su cara a la de él, y con lágrimas en sus ojos iba a gritarle que ella también lo conocía, que también lo espiaba, que también lo seguía, que también le gustaba llegar la casa y que él siempre estuviera en la casa de al frente. Pero era tarde, Miguel ya había jalado del gatillo
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