Me fui. No sólo porque era el barrio San Juan,aunque, a decir verdad, fue unos de los motivos fuertes que me movió a tal acción. Me era difícil convivir con el escándalo seguro de mis vecinos, con el atraco inequívoco de los sábados en la noche, con la falta de educación que brillaba tanto en las paredes como en las frases y gestos de las personas que habitaban allí ( aunque no eran todos porsupuesto) También con lo retirado que se encontraba ese lugar, aislado de lo que yo deseaba y del ambiente que me era ameno.
Tampoco fue por el arreglo, aquellos pocos billetes que me dio la compañía por mis años de labor; aunque, al recibir el dinero fue el primer proyecto que apareció en mente.
En realidad, fue por los llantos. Indudablemente fue por los llantos de esos niños que noche tras noche me robaban el sueño. Más, porque me es imposible lidiar con tales hechos, estresantes. ¿Cómo no eran capaces de callar a esos pequeños bribones?
No podía, no podía tolerarlo.
Y, aunque nunca pude hablar con mi vecino, siempre lo odie por eso. Y uno no puede vivir con el odio. Entonces decidí: o vivir u odiar.
La disyuntiva no vivio mucho, me fui.
Frente a este campo de maiz llevo viviendo seis meses. Muchos dijeron que no llegaría a este plazo. Sumergido en la soledad del campo, bajo otros ritmos y otros aires, ¡sin vecinos cercanos! Pero ahora me quiero mudar. Y ya sería la octava vez desde que deje a Miriam, mi querida Miriam que quería tanto a sus hijos.
De nuevo me nace esa sensación de salir de este lugar, de correr y escapar, pues los llantos de esos niños ahora parecen venir del sembradío de maíz.
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