¡Este maldito teléfono!, juro que lo odio y únicamente porque, aunque no suene, debo quedarme a su resguardo a la hora de colación “para que la unidad siempre esté disponible”, pero lo irónico del caso es que nadie llama ni por equivocación…
Por lo menos, fuera de aburrirme navegando por Internet hasta hastiarme, tengo oportunidad de ordenar en mi cabeza el cúmulo de imágenes que tengo: Alejandro en su escritorio, Alejandro levantándose del escritorio, Alejandro acercándose, Alejandro diciendo que me felicita por el trabajo realizado, Alejandro tocándome, Alejandro…. Creo que ni el mejor psicoterapeuta va a poder ordenar este caos…
Y ahora que hago.
Miro de reojo el ojal vacío del botón de la blusa que se me perdió mientras las manos del “subrogante” se escurrían entre mis pechos. Parece que aún siento el calor de esos labios bajando muy despacio por mi cara, por mi garganta, por mis pezones…, ¡DIABLOS!!!, si sigo pensando en eso no voy a poder dormir tranquila nunca más y eso que sólo fueron unas caricias furtivas, porque mi impresión fue tal que salí disparada de su oficina fingiendo decencia. Ahora sólo me queda esperar a ver que pasa porque mientras veo llegar a Jim con su cotidiana cara de idiota preguntándome si había almorzado, y miro las carpetas de Laura esperando adjuntarle mis antecedentes, pienso que la jodí con cualquier opción que hubiera tomado: si me enojaba, no tendría más remedio que irme. Si me quedaba, tal vez estaría mucho más satisfecha, pero no podría verle la cara. Y ahora, qué.
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