Después de pertenecerte, mi memoria declinó en los laberintos de la mente, para ya nunca regresar a ti...
Solté amarras de esa deidad, la que creí que esbozabas en tu vida, me liberé lentamente del temor a tus torturas, de ese ocaso encausado en los silencios, bajo el farol de unos ojos atormentados. Dejé la piel efímera que controlaba estos gemidos, junto a mi voluntad de enfrentarte, mientras tus manos aún forzaban los deseos a doblegarme ante tu rostro. Fui más allá de lo debido cruzando las aguas del espanto, rocé la paz de tu silueta, como una leve pátina del tiempo que yacía muerta, e indagué todo bajo las cuerdas de mi lengua, aprisionada en ese navegar de tus costumbres. Pude enaltecer mi dignidad arrojando tu hombría hacia el abismo, agolparme ante esas pupilas de abandono ya carentes de temblores, para ser mi propia luz marcando el deterioro de tus sombras. Y cuando todo se había resuelto en ti, sólo restó volver a mencionar tu paradero, quien escondido en los rincones de un adiós, perduraba en esa huída cobarde de tus disociados tiempos...
Ana Cecilia.
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