1 de Noviembre:
Hoy ha regresado mi hijo desde el viejo continente. Parece algo debilitado por el largo viaje por mar. Le he preguntado acerca de su estadía en Francia y Londres, pero no he obtenido respuesta alguna. Tito se ha excusado diciendo que su viaje fue agotador y que necesita guardar reposo por algunos días.
No estoy del todo tranquila... me temo que en Europa haya adquirido algún horrendo vicio; o alguna enfermedad repugnante. José, mi esposo dice que nuestro hijo oculta algo. No puede ser que la estadía en aquellos lugares haya modificado tanto su aspecto físico: Sus ojos parecen haber perdido su brillo, y a veces vagan sin sentido; como dos esferas muertas. También su apetito ha cambiado, apenas probó bocado y ahora que ha llegado la noche, se encuentra encerrado en su cuarto recitando extrañas letanías en un lenguaje desconocido. ¿Habrá enloquecido?, ¿pudo haber adquirido algunas deplorables costumbres del primer mundo? He escuchado que el Opio y algunas otras Drogas pueden trastornar la personalidad.
Aún sigue mascullando esas palabras ininteligibles. Hay algo extraño en mi hijo, tengo un terrible presentimiento. La noche se ha apuesto extraña y tormentosa, ha comenzado a llover violentamente. A pesar de esto, el frío no es demasiado abundante. Es una tormenta primaveral. Mi esposo, José, se encuentra a mi lado: —Es tiempo de dormir, querida— dice mientras posa su mano gruesa y firme sobre mi espalda. Antes de obedecerlo, le pregunto si escuchó algo extraño en la habitación de Tito. Niega con la cabeza y luego dice: —No he notado nada extraño, excepto que no creo que esté durmiendo... Hace un rato lo escuché practicando la pronunciación de un idioma extranjero.
—¿Y eso no te parece extraño? No es una lengua que yo haya escuchado alguna vez; es más, parecen inflexiones, una especie de verborrea animal— le digo, mientras me propongo a dejar de escribir.
—No— es la seca respuesta que José me entrega.
Espero que Tito tenga mejor disposición mañana.
Rosario Lastarria.
Continuará... |