Salió a comprar ese dia el pan nuestro de cada día aquel niño vacío que vivía de allegado en la pieza de mi mamá.

Yo nunca le pregunté nada sobre el niño porque ante cualquier mirada inquisidora mi madre nos pegaba una bofetada y la boca sangrante nos quedaba hasta la medianoche.

Aquella tarde mis hermanos y yo nos hartamos de tanto secreto y nos acercamos a doña Carmela. Yo le puse un paño mojado bien grande en la boca y Julio con Aníbal le ataron las manos con los cordones de sus zapatos.

Esta vez el niño vacío no se iba a escapar. Le encargamos a Miguel, el más rápido, que lo siguiera hasta la panadería y le preguntara por qué.

Y Miguel corría tras el niño allegado, lo veía esfumarse, lo veía entrar a la panadería y así lo vió salir pero no lo pudo alcanzar. Se le perdió entre la gente.

Lo esperamos mucho rato y mi madre estaba medio azul. Miguel nos vió y nos dijo que la soltáramos, que el niño vacío estaba escondido, que había fracasado.

Entonces con mis hermanos la soltamos pero doña Carmela no soporto el sofoco y se nos cayó muerta encima de nuestros pies.

Al ser la mayor y tomar esta decisión tan absurda me golpeé la cabeza y la cara hasta sangrar como un río. Me oculté en el jardín a esperar.

Mientras, se sentían los ruidos de la gente, tal vez la policía, no se. Se llevaban a mis hermanos y al cuerpo de doña Carmela. El único que lloraba era Miguel.

Refugiada en unos arbustos me atascaba la sangre con mi delantal. Cuando ví que ya no quedaba nadie en la casa entré y me recosté en la cama de mi madre. Olí, toqué y sentí lo que nunca pude mientras ese hermano postizo estuvo ahí. Pero ahora mi madre no estaba y yo no sabía si el niño vacío iba a regresar con el pan.