Frankie escapó de sus manos y terminó estrellado en el fondo del abismo. Ella no sintió su aliento y menos su corazón. Mil recuerdos, de solo momentos húmedos y felices, invadieron su cabeza en una milésima mientras pensaba en la reanimación. Lo tomó de nuevo y corrió presurosa a sumergirlo en las aguas donde tantas veces lo contempló, se lo ofreció a la virgen con una lágrima. Y solo cuando aceptaba lo peor, Frankie sacó las patas, movió la cabeza y se contoneó en el caparazón, como siempre, y la pecera volvió a la vida, y ella también.